Guadalupe Loaeza / La reina de Múzquiz

AutorGuadalupe Loaeza

Josefina Santos Ward fue la única reina de la feria de Múzquiz, Coahuila, que repitió su reinado.

En 1939, cuando Josefina tenía 22 años y era una joven atractiva y de una simpatía arrolladora, el jurado no dudó ni un segundo en elegirla como ganadora para celebrar el Bicentenario de la fundación de Múzquiz.

Entre las princesas más destacadas y pertenecientes a la aristocracia de todo Coahuila se encontraban Panchita de Hoyos y Alejandra González Sada, ambas bellísimas y decían que eran inspiradoras de grandes pasiones.

Además de su personalidad, lo que sin duda llamó la atención al jurado respecto a los méritos de Josefina fue que para ella su pueblo natal era el centro del universo. Mientras que todas sus amigas añoraban viajar a Eagle Pass o a San Antonio para ir de compras, a Josefina lo que más le entusiasmaba era zambullirse en la cascada de Múzquiz.

De todas, ella era la que se sabía de memoria la historia de su pueblo, fundado por Melchor Múzquiz, quien fuera un militar y político mexicano.

A la joven la enorgullecía muchísimo saber que, en 1832, Múzquiz fue Presidente de la República después de haber sido el primer Gobernador del Estado de México. "¿Sabían que fue el primer mandatario que cobró impuestos por puertas y ventanas?", les preguntaba a sus múltiples pretendientes con sus ojos color miel.

"Y la reina es...", dijo voz en cuello el Alcalde a través de un altavoz que retumbó por toda la alameda central. Las siete princesas estaban nerviosísimas. Los segundos se hacían eternos antes de escuchar el nombre de la triunfadora. "Y la reina es... ¡Josefina Santos Ward, nuestra querida Pepita!", exclamó el juez.

De inmediato se escucharon las fanfarrias con la marcha de Aida. Como era costumbre cada vez que se nombraba a una soberana, se le concedía un deseo. "¿Cuál es el anhelo que te podamos conceder por ser ahora nuestra reina?", le preguntó el presidente municipal.

Pepita no tardó en contestar: "Quiero que liberen a todos los presos borrachos de la cárcel". "Pero, Pepita, nada más hay uno". "Ése es precisamente el que debe ser liberado".

Todo el mundo empezó a murmurar sobre este extraño deseo. Unos, incluso, comenzaron a reírse. Daba la casualidad que el único preso borracho que había tras las rejas en la prisión era el novio de Pepita.

Esa noche Pepita durmió con una sonrisa en los labios, no nada más era la reina de su adorado Múzquiz, sino que su novio ya liberado le cantó, bajo su balcón, una romántica serenata.

Lo que no...

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