Guadalupe Loaeza / La legión de honor

AutorGuadalupe Loaeza

El jueves amanecí con una cruz pegada en el corazón. Es una cruz preciosa que brilla en la noche y en el día. Contrariamente a todas las cruces que causan tanto dolor, ésta, la mía, me llena de felicidad, pero sobre todo de orgullo. La miro y la miro y no lo creo. La toco, la acaricio y hasta tengo ganas de besarla, pero no me atrevo. Prefiero dirigirle una mirada llena de besos azules, blancos y rojos. Vuelvo a mirar la cruz y se me hace un nudo en la garganta. Tal vez tengo ganas de llorar porque quemaron viva a Juana de Arco, o porque Jean Paul Sartre le ponía muchos "cuernos" a Simone de Beauvoir o quizá porque Quasimodo amaba desesperadamente a su Esmeralda y vivía muy solo en las torres de la Catedral de París, Notre Dame.

¿Cuántas cosas se me remueven en mi fuero interno con esta cruz pegada justo en el centro de mi corazón? Quisiera arrancármela y regalársela a doña Lola. Ella, que educó a sus hijos en el amor por Francia, siempre soñó con tener una. Pero estoy segura que el mismo Napoleón Bonaparte ya se la puso allá arriba en el cielo. Ha de haber sido una ceremonia, además de celestial, muy solemne. Me imagino perfecta la escena, igualita a la que pintó Jean-Baptiste Debret, el día en que el General puso la primera cruz de la Legión de Honor el 15 de julio de 1804. Veo a mi madre muy derechita frente al Primer Cónsul de la República y éste ligeramente inclinado hacia ella para ponerle la cruz. ¡Qué feliz veo a doña Lola, con su medallota sobre su túnica blanca! Cómo no se la iba a merecer si es diplomada de la Sorbonne. Todavía me acuerdo de ella atravesando las calles de Río Nazas con muchos libros bajo el brazo para asistir a sus clases en el IFAL. Fue en el Instituto Francés de América Latina que obtuvo su diploma. Sus exámenes enviados hasta París, habían obtenido los mejores resultados de todo su salón. Entonces, mi madre tenía 54 años. Como premio a sus esfuerzos, su maestro, el escritor francés Jean Marie Le Clézio, le dedicó uno de sus libros: - la plus franìaise des mexicaines.

La vuelvo a mirar, a tocar y a acariciar. Es mía, quiero que cuando me muera me entierren con ella. Le voy a pedir a mis hijos que me pongan uno de mis viejos vestidos de Nina Ricci (aunque no me cierre) y que me abrochen mi medalla de la Legión de Honor muy cerca del corazón. Para que cuando llegue frente a San Pedro me pase de inmediato al cielo francomexicano sin pedirme cuentas ni nada. Al que seguro voy a encontrar primero es a don Porfirio...

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