Guadalupe Loaeza / Casa chica

AutorGuadalupe Loaeza

Como regalo del Día del Niño, el pasado 30 de abril, para todos los hombres que actúan como niños que hacen travesuras -engañan a la mujer y luego a una amante con otra-, nuestros diputados aprobaron dos despenalizaciones al adulterio, por considerar que actualmente es un delito difícil de comprobar. Con una votación de 301 votos a favor, 31 en contra y 8 abstenciones quedó aprobado el dictamen por el que se derogará del Código Penal el adulterio. En España se despenalizó el adulterio desde 1978 y en Perú ni siquiera está considerado.

¿Cuántos coscolinos y cuántas damas que se quejan de lo coscolinos de sus maridos se sentirán aliviados al saber que el largo brazo de la ley ya no tiene por qué alcanzarlos?

Tener casa chica no es cuestión sólo económica, es cuestión de principios.

¿Es de gente bien tener casa chica? De ninguna manera; más bien es de gente mal.

Sin embargo, muchísima gente "decente" solía tener su casa chica en colonias residenciales como Anzures, Del Valle, Condesa o Roma. Las más lujosas (muchas de ellas tenían frontón, cuarto de juegos, una cocina del tamaño de un departamento actual y hasta tres criados) se hicieron durante el gobierno de Miguel Alemán.

Las casas chicas mexicanas recorren toda la historia de México: el mismísimo Maximiliano le puso casa chica a Conchita Leguizamo y Sedano en las afueras de Cuernavaca, para no aburrirse en el jardín Borda.

Se cuenta que la colonia de Doctores prácticamente se armó con las casas que el hermano de un Presidente de la República le ponía a cuanta actriz probaba fortuna en el cine mexicano, en la Época de Oro. Sexenio tras sexenio, las casas chicas como extensión del presupuesto gubernamental pasaron ya a hacer una forma del folclor.

El pueblo quizá se preguntaba si eso que hacían los de arriba no era un ejemplo a seguir por los de abajo. Las casas chicas las descubrimos en la literatura, en los chistes, en las canciones y en el cine.

¿Cuántos varones se habrán sentido no sólo identificados y hasta dignificados viendo "La casa chica", de Roberto Gavaldón, con el porte de galán abnegado de Roberto Cañedo, sufriendo la imposibilidad de amar abiertamente a su "segundo frente", Dolores del Río (nada menos), porque tenía que aguantar los chantajes histéricos de una Miroslava a la que por primera vez nadie le iba en la sala cinematográfica? La preciosa actriz parecía cantarle a Cañedo aquel bolero que remata: "Pero el divorcio, porque es pecado, no te lo doy".

En la época de la...

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