Graciela Ríos/ Salud, enfermedad, muerte

AutorGraciela Ríos

El conserje de la primaria aseguraba que en vacaciones, las paredes del edificio emitían ecos de las voces, los juegos y las risas de los niños y niñas que habíamos estado ahí durante los largos periodos escolares.

¿Cuáles serían los murmullos que emitirían los muros de un hospital si éste se quedara vacío? ¿Cuántas voces de lamento y dolor podrían escucharse? Ese es uno de los lugares en los que más se alberga el sufrimiento humano; en donde más emociones, sollozos, rezos, pueden experimentarse, emitirse y pronunciarse.

Un hospital es un espacio en donde la expectación, la incertidumbre y la angustia emanan por cantidades que se antojan inagotables. Por lo menos en un panteón, el llanto y los gritos de falta de resignación son dispersados por el viento, y da la impresión de que no quedan ahí aprisionados, de tal modo que hasta se provoca la sensación de que en el lugar reina esa famosa paz sepulcral de la que hablan los poetas.

En un hospital es distinto. Basta con recorrer los pasillos para sentir que algo conmueve el alma, que algo la estruja; es suficiente con ver la mirada ansiosa de los familiares que intentan descubrir en el rostro del médico que recién sale de la sala de cirugía alguna señal de esperanza o alguna mueca que indique que la agonía apenas inicia su marcha.

Hay varias maneras de estar en un hospital, las dos que oprimen el corazón y revelan la fragilidad y al mismo tiempo, la fortaleza humana, son la de paciente y la de familiar o amigo cercano del paciente. Estas dos caras de la misma moneda son terribles, violentas, dolorosas.

En la primera, como enfermo, el sentimiento inicial que aflora es la impotencia. Todavía no se termina de ingresar cuando ya hay que despojarse de la ropa, usar una bata horrenda que nada cubre y treparse a una camilla para ponerse a disposición de los demás.

Así, con ese sentimiento de despojo, se recibe el primero de muchos pinchazos, con el que se colocará el catéter que servirá para introducir enormes cantidad de medicamento. Bata y catéter facilitará el trabajo de las enfermeras y los médicos, pero es justo con esa indumentaria y en ese momento, en el que se sabe que se ha perdido el control y gobierno del propio cuerpo. Es como si ya no perteneciera, ahora son "otros", los que deciden sobre éste, sobre las substancias que se le introducirán, sobre las funciones que en él habrán de regular.

Sueño, alimento, cobijo, quedan a merced de las instrucciones de un médico y de la voluntad de acatar...

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