Graciela Ríos / Madres que temen amar

AutorGraciela Ríos

Las mujeres de generaciones anteriores creyeron a ciegas el mito que las convertía en madres sublimes y maravillosas, y pensaron que su entrega en cuerpo y alma hacia sus hijos era realmente "voluntaria". Que todo lo que hacían lo realizaban por y con amor a ellos, incluyendo: golpes, rechazo, manipulación y sin falta, la sustracción de su libertad para permitirles diseñar su destino como mejor les pareciera y tomar las decisiones que por derecho, les correspondían.

Ellas suponían que cada acción que ejercían, cada esfuerzo o renuncia tenían la intención de proteger, educar y preparar a sus vástagos, para que pudiesen resolver todas las vicisitudes que se les presentasen a lo largo de sus vidas.

Sus días transcurrían entre embarazos, lactancia, cuidados de los hijos y, por supuesto, en cumplir con los deberes conyugales que su feminidad les imponía, como ser amas de casa seudoperfectas que dominaran el arte de lavar, planchar, cocinar, tejer, vigilar la pulcritud de su nidito y con disposición de ser "usadas" para desahogo, cuando su dueño así lo dispusiera.

Si sufrían, lo hacían en silencio; si no estaban de acuerdo, enmudecían; si tenían miedo, se mantenían pasivas a la espera de la decisión que tomara el varón mayor de "su" casa.

Estas mujeres pasaban su vida encerradas en sus "hogares", oliendo a pañales, jocoque o pan recién horneado, y lejos de las oportunidades que las pudieran estimular intelectual, social o políticamente; y mucho más lejos aún, de los hechos que conformaban los sucesos trascendentes de la vida. Por lo mismo, no tenían algo atractivo que ver, contar o compartir con los suyos.

Su mayor alcance era imaginar, soñar despiertas...

Tal vez por esto, en un intento por tener propia valía, por convertirse en necesarias, eran tan productivas e invertían su tiempo ininterrumpidamente en volcarse de amor sobre sus hijos, en sembrar, cocinar, tejer, y tratar de halagar a aquellos a los que en secreto, envidiaban: sus esposos.

Pero a pesar de sus circunstancias, se tomaron en serio el cuento que inventaron sus hombres de que ellas eran las responsables fundamentales y exclusivas de la educación de los hijos, de inculcarles valores, de guiarlos por el camino de la salvación y convertirlos en hombres y mujeres "de bien".

Para ello, pensaban, la naturaleza las había dotado de una sabiduría excepcional -el instinto maternal- que les suministraba las habilidades para cumplir con honores su misión.

Ellas, bajo esas condiciones de...

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