Goza Gozo

Malta es el centro del Mediterráneo y Gozo, la segunda isla más grande del archipiélago, es su secreto mejor guardado.

Esta isla es una polifonía de gastronomías y arquitecturas, de mitos y gestas heroicas.

Llegué a bordo del transbordador y ya me esperaba Jorge, quien me recibió con su inglés quebrado de árabe y otras lenguas que por ahí han pasado.

Su isla natal sale del mar como el copete de un risco sumergido que hace siglos separaba dos grandes lagos entre África y Europa.

La separación continental, explicada en los mitos griegos con los pilares que apartó Hércules, permitió la incursión del Atlántico a estos lagos, creando lo que ahora conocemos como el Mar Mediterráneo.

Con los pies sobre esta salpicadura de tierra de 90 kilómetros ubicada al sur de Sicilia, observé como todo está revestido con iglesias y flores, redes secándose al sol de aquellos que se levantaron temprano y balcones desde los cuales esposas de marineros fenicios, griegos, romanos, árabes algamitas y normandos se quedaron esperando a quienes jamás volvieron. Había llegado a Gozo y estaba listo para hacerle honor a su nombre.

Sin apuros

A Gozo no le llegan las prisas de los cruceros, y con apenas 30 mil habitantes, se vive como si no estuvieran en el ocaso de su civilización.

Tuve que dejar la apreciación para después y enfocarme en llegar a mi hotel, ubicado entre un templo megalítico de la Edad de Bronce y el Palazzo Palina, erigido por el Gran Maestre Perellós en el siglo 17.

En esta zona es donde capturaban cada año al halcón con el que los Caballeros de la Orden de Malta recompensaban simbólicamente a la Corona de Aragón por su estadía en las islas, luego de su exilio de Jerusalén.

Lo primero que hice fue tomar una cerveza para caminar por los acantilados y las caletas en donde se observan algunas de las misteriosas "marcas de carretas", que surcan la isla y que intrigan a arqueólogos de todas latitudes.

Con más de 7 mil años de antigüedad, se dice que atraviesan el Mediterráneo, desde Sicilia hasta Libia, denotando tal vez una especie de carretera o ruta de intercambio neolítica.

A la mañana siguiente manejé a Xlendi, un antiguo asentamiento de pescadores en torno a una bahía estilo Saint Tropez, pero sin pretensiones y con restaurantes y cafeterías que se debaten las vistas del mar.

Aquí no queda más que hacer que pasar el día mirando al mar, bebiendo una cerveza, leyendo un buen libro o platicando con un gozitano.

Más tarde manejé entre olivos y cítricos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR