Germán Dehesa/ Ramita de lavanda

AutorGermán Dehesa

Mi padre, sus manos, sus pañuelos, su sombra, su ropa, olían a lavanda. En aquel amanecer de los años 50, los señores respetables consumían productos Yardley: loción, vaselina, talco, jabones para baño y jabones para rasurar de tan prestigiada marca. Salía mi venerado jefecito de sus abluciones matutinas y todo se convertía en una nube de lavanda. Huelo a Inglaterra, decía con cierta sorna, que yo tomaba con total seriedad y en verdad creía que había una isla entera que olía así.

Pasaron los años, las décadas y los padres. Los hombres ahora huelen a sí mismos, o de modos cada vez más extraños entre tabaco, talabartería y caballeriza. Mi nariz, con toda tenacidad y para regocijo de Freud, sigue buscando el sedante aroma de la lavanda. Hace unos 20 años, en ausencia de mi padre y de los productos Yardley, una amorosa tía postiza que tuve me regaló una plantita de lavanda que yo intenté cultivar y mantener cerca. Algo hice mal porque el arbustito con pequeñas flores violetas se entercó en no aceptar mis cuidados y murió.

Murió el arbusto, pero no la pasión. Yo persisto en el camino de la lavanda y, hace unas semanas, una generosa radioescucha me regaló un nuevo arbusto que ya vive conmigo, aunque se le nota que está lleno de dudas y no sabe si crecer o darse por muerto. Así nos pasa también con los hijos.

El sábado primero de marzo de este año, me presenté en la segunda sección de Chapultepec para incorporarme a la jornada ciudadana de apoyo al bosque. Ahí estaban también 700 personas (mayoritariamente mujeres y jóvenes) haciendo todo tipo de trabajos de restauración. Entre éstas había un grupo de señoras luminosamente otoñales cuya especialidad es la jardinería. Me acerqué con ellas que, tijera en mano, iban y venían por los arbustos realizando extrañísimas y amorosas tareas. Me imagino que mis preguntas eran bastante tontas, porque antes de responderme ponían la misma cara que mis tías de la infancia cuando les preguntaba si ellas sabían qué significaba "ayuntamiento carnal". Me respondían puras vaguedades y me daban un Mejoral. Mis jardineras del presente también mostraron deseo de darme un Mejoral, pero todo cambió cuando les conté que yo tenía una matita de lavanda y que no sabía cómo cuidarla. Su actitud cambió, dejaron sus tareas, me rodearon...

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