Germán Dehesa/ 48 horas

AutorGermán Dehesa

¿Dónde está mi traje azul, el brillosito?... Imaginemos a Saddam Hussein juntando sus garras y recorriendo cual orate su vasta mansión. El personal del servicio doméstico debe haber caído en estado de frenesí al saber que los patrones tienen 48 horas para abandonar la mansión con todo y garras. ¡Olvídense de las corbatas, ni me gustan, ni me quedan!; lo que me urge, Scherezada, es que me localices mis pantuflas, las rojas, ésas que son como de Aladino; sin ellas no puedo pensar; con ellas, tampoco, pero no me importa... pero muévete, Scherezada, que ya desde la azotea se ven los portaaviones.

No cabe duda que cada día y cada hombre traen su afán. En Bagdad, Hussein tiene 48 horas para cambiar en un sentido o en otro el curso de la historia (estoy seguro de que ya habló a la Casa Blanca para preguntar si el plazo lo van a contar con la hora de aquí o con la hora de allá). Tú, lectora lector querido, habrás dedicado este tiempo a tus propios afanes, aunque algo en el subsuelo de tu conciencia te avise que estamos por cruzar el umbral de lo desconocido.

Por mi parte, yo he tenido que trabajar en varios frentes. En tanto contemplador del mundo, me toca observar cómo a Blair se le deshace el gabinete, a Aznar que ya se fue por la libre aunque sabe que no representa a la voluntad de su país y a los estadounidenses consiguiendo oportunas adhesiones (creando su propia ONU, vamos) y sacándose de la manga algunas descalabradas razones para culpar al Consejo de Seguridad de esas incontables deficiencias que han orillado a Estados Unidos a actuar por su cuenta. Esto de que deseen que, además de todo, les tengamos compasión y admiración, me parece un poco excesivo. Si por su cuenta han decidido castigar a esa bestia que ellos mismos procrearon y, de pasada, arrasar a un pueblo que nada les ha hecho, muy su avieso gusto, muy su ilegible geopolítica, muy su proyecto de dominación mundial; pero que no nos digan que lo hacen a nuestro nombre y por nuestro bien.

Nosotros tenemos otras cosas en qué pensar. Yo confieso que ignoro las intenciones y las decisiones de Saddam Hussein (les aseguro que si tratan de imaginar el interior del cerebro de este personaje, van a sentir hasta vértigo. Imaginar el de Bush es peor que visitar Cacahuamilpa). Lo que yo sé es que soy padre de un folclórico sujeto y que, en ausencia de la madre que anda en gira triunfal por...

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