Germán Dehesa / La pródiga primavera

AutorGermán Dehesa

Es del dominio general que en la vida y en la argumentación verbal lo tercero es lo tercero, pero, en este caso, yo lo voy a poner primero, porque no puedo darme el oriental lujo de que se me olvide y, por hacerlo, ponga en grave riesgo mi integridad física y mi futuro en esta vida. Por esto, me apresuro a felicitar a todos los Josés y a todas las Josefinas que forman parte de mi galaxia social. De pasada, me permito avisar que a Josefina, mi Josefina, la que sí seca desde nueva, ya le fue retirado el oprobioso título de ex novia. Lo hago porque ella se ha comportado de un modo tan afectuoso y tan amenazante que, para bien de todos, vuelve a ser mi querrrerrr. Ya con esto doy por ventilado el tercer punto y paso a enfrascarme en el primero.

¡Ya es primavera! Ya sé que es el viejo y conocido mundo de siempre, pero cada estación implica espectaculares cambios de decorado, nuevos colores, nuevos climas, nuevos humores, un nuevo sol y unas nubes sin estrenar. Exactamente esto empezó a pasar el sábado 20 a las 11 a.m. Si hay alguien que me contradiga y afirme que comenzó a las 7 a.m. yo le contesto que quizá tenga razón, pero que mi termómetro, mi sismógrafo y mi capacidad de inspección ocular comienzan a trabajar a las 11. Y ya no quiero más discusiones.

El júbilo al que convocaba el mundo exterior, en mi caso, fue correspondido con un irrefrenable ataque de dicha que todavía me dura. En honor a mi difunta madre, dije para mis adentros: Glorifica mi alma al Señor y mi espíritu se llena de gozo... Es que no era ni es para menos, porque cumplo con advertirles que ese ímpetu adquirido el sábado sigue intacto conmigo. Deseo que, por lo menos, me dure toda la primavera, porque no veo otra manera de poder resistir tanta estupidez, tanta naquería, tanta fealdad, tanta falsedad como la que...

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