Gabriela de la Paz / Por los cuernos

AutorGabriela de la Paz

Las acusaciones llevan décadas: primero unos pocos valientes en voz bajita, con miedo y vergüenza, luego otros en voz alta con rabia y dolor, enfrentándose siempre al descrédito, siendo víctimas por segunda vez al denunciar historias similares de los abusos cometidos por obispos, vicarios, curas y monjas en hechos ocurridos en México, Irlanda, Estados Unidos, España, Australia -con el reciente caso del "número 3" del Vaticano, George Pell- y prácticamente en todo el mundo.

La gran mayoría se topó con un muro de silencio y algunos vivieron hasta el rechazo de sus propias familias.

En casi todos los casos, hasta hace poco, la práctica más común de las autoridades eclesiales iba en contra de lo que predican desde el púlpito: en vez de hacer lo correcto y entregar al abusador o abusadora a la justicia, a pagar por el crimen cometido, se les escondió y se les protegió con todo el poder de la Iglesia católica.

De esto hay bastante información bien documentada por periodistas del Boston Globe en Massachusetts, y de México como Salvador Guerrero Chiprés (para La Jornada) y Carmen Aristegui, entre otros, que han dado cuenta de la doble vida y los fraudes financieros del Padre Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.

En Pennsylvania, una investigación promovida por un gran jurado develó cerca de mil víctimas sexuales de al menos 300 sacerdotes, tan sólo en ese estado.

Puesto que muchos de esos crímenes habían sido cometido décadas atrás, los crímenes habían proscrito y sólo dos personas fueron encontradas culpables, lo que derivó en cambios a las leyes en ese estado.

Sin embargo, trascendió que los clérigos tenían un código para tratar los casos, intentando preservar la reputación de la Iglesia católica.

En Estados Unidos y en México los sacerdotes eran protegidos al cambiárseles de parroquia, nunca se reportaban sus crímenes a la Policía, se ocultaba, dañaba o destruía la evidencia que existiera, se culpaba a las víctimas y, en general, no se tomaban medidas para prevenir que otros niños o adolescentes fueran expuestos a futuros abusos sexuales por parte de estos sacerdotes. Porque nadie advertía a las nuevas comunidades del lobo que estaban poniendo al alcance de sus hijos.

La Iglesia católica tardó demasiado en tomar acciones. Juan Pablo II, tan santo él, jamás escuchó a las víctimas, ni tomó medidas para proteger a los más indefensos de la grey.

Es cierto que su salud estuvo muy deteriorada en sus últimos años, pero cabe aclarar que las...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR