Gabriel Zaid / Desnutrición

AutorGabriel Zaid

Es una buena cosa que el hambre esté en la agenda presidencial. No sólo por la importancia de la meta, sino por su claridad. El hambre, la pobreza y la desigualdad se dan juntas, pero no son lo mismo. Subordinar el hambre a los otros problemas sirve para que ninguno se resuelva.

Miles de mexicanos mueren por desnutrición al año. Millones viven en la pobreza. Todos vivimos en la desigualdad. La primera cifra (8 mil en 2011, según las estadísticas de mortalidad del Inegi) y la última (116 millones a mediados de 2013, estimando a partir del censo 2010) tienen un significado aceptablemente preciso. Para la segunda sirve casi cualquier número, con la seguridad de que (en algún sentido) mide la pobreza. Depende de qué se entienda por pobreza.

El Diario Oficial del 16 de junio de 2010 publicó un farragoso documento de 60 páginas con los "Lineamientos y criterios generales para la definición, identificación y medición de la pobreza" del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval). Ha servido para confundir a la opinión pública y convencerla de que las dificultades analíticas del tema rebasan al común de los mortales. Distingue los conceptos de pobreza alimentaria, pobreza de capacidades y pobreza de patrimonio. Pero la medición de la pobreza alimentaria se reduce a clasificar las cifras monetarias del gasto en alimentos (según la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares del Inegi), y ver si alcanza para comprar una "canasta básica".

Es un cálculo cómodo, pero rabón, porque el gasto monetario se refiere a compras y, por lo mismo, no refleja los alimentos consumidos fuera del mercado. Hace años, la Comisión Nacional de la Industria del Maíz para Consumo Humano estimaba que la mitad del maíz cultivado en México era de autoconsumo. El maíz de la propia milpa y las tortillas hechas en casa no cuentan como alimentos para el Coneval. Además, la canasta toma como base una sola dieta, ignorando los usos y costumbres locales. El pinole no cuenta como alimento básico en muchas partes, pero sí entre los tarahumaras.

Colgarse de las mediciones monetarias del gasto en alimentos no es un gran avance. Fue el método usado hace medio siglo por Ana María Flores ("La Magnitud del Hambre en México", 1961), que llevó la lógica del mismo a convertir los pesos gastados (en carne, tortillas, frijol, arroz, azúcar) en gramos y calorías por habitante.

La desnutrición puede medirse en sus efectos (con exámenes médicos de aspecto...

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