Fricasé / Ni regresándolo

AutorEl Abogado del Pueblo

Una dama panista que estimamos, shockeada como muchos ciudadanos por el asunto de los súper bonos que regaló a sus súbditos el desgobierno del Emperador Fernando Canales, nos decía compungida que los beneficiados "deberían regresar el dinero".

Ojalá fuese así de sencillo.

Las cartas de los lectores que éste su periódico ha recibido en torno a este tema han sido más elocuentes y certeras que cualquier articulillo que su humilde servidor pudiera escribir.

En todas se percibe una sensibilidad que ya la quisiera Carlos Fuentes, no sólo la molestia y la indignación del ciudadano que siente violada su confianza -y su bolsillo- ante el olímpico desprecio mostrado por el Gobierno de Canales, sino también un repudio a tan flagrante violación a la LEY.

Esta establece claramente que los bonos o gratificaciones NO DEBERAN EXCEDER EN NINGUN CASO el 50 por ciento de las percepciones recibidas por el funcionario como salario.

Este límite que marca el artículo 9 de la Ley de Egresos estatal fue excedido en el 2002, "año de Hidalgo panista" (tizne a su progenitora el que deje algo), pues el bono otorgado por la generosidad canalista (1.2 millones de pesos de bonos, contra 850 mil pesos de sueldo) es mayor al 50 por ciento.

Por donde se le mire, éste es un asunto de suma gravedad, mas, a nuestro gusto, el mayor pecado -además de la violación a la Ley- es la soberbia oculta detrás de tan burda maniobra, el pitorrearse de la gente creando una cadena de complicidades que incluye al Congreso y a los dóciles diputados de la mayoría panadera, así como al encubridor Contador Mayor de Hacienda.

Soberbia animada por la certeza de que la ciudadanía nunca se enteraría de estas maniobras encubiertas, de esta SIMULACION, de la realización con premeditación, alevosía y ventaja de manejos indebidos cobijados por la cuasilegalidad, en la que una mano del títere aprobaba lo que hacía la otra.

Pero todo, absolutamente todo, orquestado por un Gobernador-emperador que, con todos los hilos en la mano, premiaba la docilidad de sus funcionarios con el dinero de usted, lector.

Con tan cuestionable proceder se le rendía pleitesía a la democracia nada más de los dientes para afuera, que se la traguen los incautos; en la práctica reinaba una actitud chicharronera en la que solo una voluntad se imponía, solo un criterio y éste por encima, incluso, de la legalidad.

No menos lamentable en este sórdido episodio es también la ausencia de independencia del Poder Legislativo, el rompimiento...

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