Franky Mostro / El llamado de las bielas

AutorFranky Mostro

¿Te has imaginado vivir sin alguno de tus sentidos? Dios no lo quiera, vivir en un mundo sin sonido. Imagina qué horrible sería la vida sin escuchar los acordes de Chuck Berry o las rolas del Elvis gordo de 1977. ¡Peor sería sentir las fuerzas G de la aceleración de un auto sin sonido alguno, extrañando las notas musicales del escape entre cambio y cambio!

Y es que a mi, que soy un enfermo de los autos, me prende el sonido del motor, y no precisamente tiene que estar rugiendo, pues un buen ralentí también llega a hipnotizarme.

Con el paso de los años, tras desarrollar una rocola automotriz en mis oídos he llegado a la conclusión que un ser humano no debe confiar en un auto que no haga ruido, obvio no hablo de exageraciones como un microbús con el escape roto, ese que aparte de torturar los tímpanos, le da una lijadita al pulmón.

Hablo de esos motores que pueden ir alegremente más allá de las 7 mil revoluciones por minuto rugiendo como león. No es cuestión de marcas o número de cilindros, pues cada bloque tiene su encanto: desde un bóxer de vocho 1.8 turbo, que se escucha particularmente hueco; el legendario aullido de un coyote americano de cinco litros dopado por un tornillo Whipple; o el maullido de un supercargador del Hellcat esperando la orden para eructar torque. Aunque, si nos queremos poner exquisitos nada, pero nada, igualará el sonido de un V12 de un bambino...

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