Sobreaviso/ Fin e inicio

AutorRené Delgado

Se va Ernesto Zedillo y llega Vicente Fox. Ambos tienen por denominador común -uno como realidad, otro como posibilidad- la soledad.

Zedillo y Fox son los protagonistas principales de un hecho inédito en la historia moderna nacional: la alternancia en el poder. El primero se va con el peso de no haber logrado ni querido encabezar la regeneración de una clase política que se mantuvo años en el poder. El segundo encara el enorme desafío de construir, a partir de la alternancia, una alternativa.

Ernesto Zedillo se va como llegó. Sin interés ni capacidad para articular un discurso político. Sin explicar al electorado ni a su partido cómo llegó y cómo salió del poder y qué ocurrió en el tramo recorrido entre la entrada y la salida.

Se va sin despedirse, sin hacer el balance serio de su gestión. Sólo con las Fuerzas Armadas tuvo esa atención, no con la nación, no con el electorado, menos aún con su partido. Se quiere justificar ese hecho, anteponiendo el valor de la humildad. Y, ciertamente, se agradece no hacer una verbena del cierre de una gestión pero ello no justifica la evasión política. En este caso, el silencio no es un valor.

Quedan, entonces, los hechos. Probablemente los indicadores macroeconómicos hagan del silencio del doctor Zedillo una virtud, pero indudablemente los indicadores macropolíticos harán de su silencio la rúbrica de la indecisión, la indiferencia y el desinterés que caracterizó a su gobierno. Fuera de las instituciones electorales -sin considerar el Tribunal-, el resto de las instituciones políticas están sentidas dejando asomar los riesgos de la ingobernabilidad. En ese ámbito, por más que algunos intelectuales quieran reducir la gestión política al reconocimiento del resultado electoral del 2 de julio, el saldo es negativo. La democracia no se puede reducir al campo electoral ni transformarla en un libre mercado de ideas.

La ejecución de Luis Donaldo Colosio y el exilio de Carlos Salinas son los símbolos más elocuentes del naufragio del Partido Revolucionario Institucional. Frente a ese partido que, como quiera, fue el que lo encumbró en el poder, Ernesto Zedillo no tuvo el arrojo, el talento ni el interés de rescatarlo y menos todavía de regenerarlo. Ahí se cifra su mayor fracaso. Ahí se explica en buena medida el repudio acobardado de su propio partido y el sentimiento de abandono de muchos de quienes fueron sus colaboradores. En más de un caso, el Presidente saliente se sirvió del partido y de sus colaboradores sin...

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