'La fiesta del Chivo'
Autor | Mario Vargas Llosa |
-No va a venir -exclamó, de pronto, Salvador-. Otra noche perdida, verán.
-Vendrá -repuso al instante Amadito, con impaciencia-. Se ha puesto el uniforme verde oliva. Los ayudantes militares recibieron orden de tenerle listo el Chevrolet azul. ¿Por qué no me creen? Vendrá.
Salvador y Amadito ocupaban la parte posterior del automóvil aparcado frente al Malecón y habían tenido el mismo intercambio un par de veces, en la media hora que llevaban allí. Antonio Imbert, al volante, y Antonio de la Maza a su lado, el codo en la ventanilla, tampoco hicieron comentario alguno esta vez. Los cuatro miraban ansiosos los ralos vehículos de Ciudad Trujillo que pasaban frente a ellos, perforando la oscuridad con sus faros amarillos, rumbo a San Cristóbal. Ninguno era el Chevrolet azul celeste, modelo 1957, con cortinillas en las ventanas, que esperaban.
Se hallaban a unos centenares de metros de la Feria Ganadera, donde había varios restaurantes -el Pony, el más popular, estaría lleno de gente comiendo carne asada- y un par de bares con música, pero el viento soplaba hacia el oriente y no les llegaba ruido de allí, aunque divisaban las luces, entre troncos y copas de palmeras, a lo lejos. En cambio, el estruendo de las olas rompiendo contra el farallón y el chasquido de la resaca eran tan fuertes que debían alzar mucho la voz para oírse entre ellos. El automóvil, las puertas cerradas y las luces sin encender, estaba listo para partir. -¿Recuerdan cuando se puso de moda venir a este Malecón a tomar el fresco, sin estar pendientes de los caliés? -Antonio Imbert sacó la cabeza por la ventana para aspirar a plenos pulmones la brisa nocturna-.
Aquí comenzamos a hablar en serio de esta vaina.
Ninguno de sus amigos le respondió de inmediato, como si consultaran su memoria, o no hubieran prestado atención a lo que decía.
-Sí, aquí, en el Malecón, hace unos seis meses -dijo Estrella Sadhalá, después de un rato.
-Fue antes -murmuró Antonio de la Maza, sin volverse-. Cuando mataron a las Mirabal, en noviembre, comentamos el crimen aquí. De eso estoy seguro. Y ya llevábamos tiempo viniendo al Malecón, en las noches.
-Parecía un sueño -divagó Imbert-. Difícil, lejanísimo. Como cuando, de muchacho, uno fantasea que será un héroe, un explorador, un actor de cine. Todavía no me lo creo que vaya a ser esta noche, coño.
-Si es que viene -rezongó Salvador.
-Te apuesto lo que quieras, Turco -repitió Amadito, con firmeza.
-Lo que me hace dudar es que hoy es martes -gruñó...
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