Feroz regreso

AutorOrfa Alarcón

En medio de la arena decidí que tras una vuelta de ruleta rusa me pegaría un tiro en la sien. El piloto del helicóptero había titubeado en el momento en que se iba, había retrocedido y me había puesto un puñado de balas en la mano. Como sobreviví, caminé en pantuflas hasta la carretera para ver si pasaba un autobús que pudiera llevarme a alguna parte. En mi fragilidad pienso en la cicatriz de mi entrepierna: tú no puedes perder, tú puedes hacer todo lo que tú quieras porque tú eres una puta. Y una asesina.

Tenía frío y estaba a punto de oscurecer. Yo era nuevamente una chica delgada, en short y suéter, sin maquillaje, sentada, sola, en medio del desierto. Pero eso para mí ya no era el cielo. El amor de Rosso en infierno se había convertido.

Ya casi ni me paro. Creí que era un fantasma. Por aquí se ven muchos. Si no fuera por la maleta rosa me paso de largo porque, pos, ¿qué fantasma va a traer una maleta rosa? Ninguno, ¿verdá?

Mi habla era tímida y entrecortada. Le agradecí al chofer que se hubiera detenido. Desde el corazón le agradecí al piloto por el dinero que me había dejado.

Estaba cerca de Matehuala. La carretera era un mar, una corriente de arena que me conducía a un puerto al que nunca arribaba. Un mar que me mareaba en su vaivén, me sacudía, quería tumbarme del camión para tragarme y hacerme desaparecer para siempre, así como ya había desaparecido de la memoria de mi padre, del corazón de Rosso, de la preocupación de Treviño. No pude cerrar los ojos en toda la noche ni pude dejar de ver cómo el pavimento del camino se alzaba para amenazarme, recordándome que ahora sí era huérfana, que la única protección que me quedaba era la fragilidad de mis huesos y mi Chaparrita Consentida.

Yo tenía colgando del cuello el iPod Shuffle, era lo único que podía apretar entre la mano izquierda al apuntar con la mano derecha. Lo único que podía sostener...

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