Felipe Díaz Garza / Las 'feyuras' de Santa Lucía

AutorFelipe Díaz Garza

Ya le he escrito antes aquí mismo que no estoy necesariamente en contra del graffiti callejero, que de muchas maneras es expresión de la sensibilidad y de la cultura populares. Una frase ingeniosa o un mono expresivo trazados burdamente en la pared de un almacén o en el kiosco de una plaza con laca automotriz o con vinílica en aerosol dicen a veces más que 100 cuadros o 100 libros pintados o escritos por exquisitos celestificados.

Estoy en contra, eso sí, aunque podría condescender en una negociación a favor del expresionismo callejero, del graffiti comercial y político que no expresa la sensibilidad y la cultura populares, sino que pretende normarlas y manipularlas para aprovecharse económica o electoralmente de ellas. Me refiero a los anuncios comerciales y políticos también callejeros, grandes o chicos, pegados en los postes o montados sobre postes, como los llamados espectaculares o panorámicos.

Mención aparte les doy a los anuncios móviles en camiones urbanos, que comercializaba o comercializa Pepe Moncayo, un "amigo en promoción" que me enjaretaron hace años mis queridos amigos Susana y Jorge. Éstos son aun más inquietantes y desagradables, pues su movilidad a la gran velocidad a la que los choferes conducen sus doblemente contaminadoras máquinas nos hace sentir que seremos víctimas de garrotizas, violaciones, intoxicaciones alcohólicas y cualquier otra proposición-instrucción que nos giren las paredes comercialmente grafiteadas de los camiones.

Me parece, como a usted, que esos anuncios, los de los postes y los de los camiones de Moncayo, contaminan visualmente el espacio citadino, afeándolo, especialmente cuando son demasiado abundantes y de mal gusto, como es usualmente el caso. También es el caso de los pendones culturales que cuelgan de los museos y otras instituciones culturales o culturalizadoras, estos últimos de estilo bastante nazi, como los pendones con suásticas de Rudolph Hess en los edificios de Berlín allá por el 30 y tantos del siglo pasado.

Aunque estén impresos sobre papel o tela sedosa, estas "banderitas de papel picado" pueblerinas y de estilo fascista son los parientes ricos del graffiti. Lo curioso es que, como en las familias donde hay pobres muy fregados y ricos muy fregadores, los anuncios comerciales grafiteros no son mal vistos y, cuando mucho se habla de reglamentarlos, lo que quiere decir que la autoridad reglamentadora cobre por permitirlos y el Estado se gane así una lana dejando hacer a los ricachones...

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