Felipe Díaz Garza / El conductor confundido

AutorFelipe Díaz Garza

Jorge Mendoza Garza es el presidente de la Cámara de la Industria de la Radio y la Televisión (CIRT) y se recibió de abogado hace muchos años, pero seguramente se curó y se le quitó. Por eso es que confundió al Presidente Vicente Fox con la Constitución, lo que le pasó al conductor televisivo empresarial en la comida anual que el Mandatario tiene, quién sabe por cuenta de quién, con los concesionarios de medios electrónicos que Mendoza sólo preside simbólicamente, pues el líder real de ese sindicato es el patrón de Jorge, Ricardo Salinas Pliego. Pero muy en su papel de líder, aunque más petrolero a la antigua que televisivo a la moderna, Mendoza aseguró durante el ofrecimiento de la fiesta al santo patrono que su gremio reconocía en Fox al principal "promotor de la libertad de expresión y, en consecuencia, uno de los defensores más importantes de las libertades públicas".

Le digo que el abogado Mendoza se equivoca solemne y profundamente, por no decir que manipula deshonestamente la información. Se le olvidó, por amor, por dinero o por descuido, que el principal promotor de la libertad de expresión en México no es el Presidente de la República, como él dice, sino la Constitución, que consagra en su texto la de expresión y todas las demás libertades públicas que gozamos los mexicanos, de las que Fox no es autor, sino súbdito. Por tanto, la promoción y la defensa de las garantías constitucionales no es una atribución graciosa del titular del Poder Ejecutivo, como propone la conveniente confusión del alto empleado de TV Azteca, sino su obligación ineludible, también consagrada en la Constitución como un precepto que el Mandatario debe obedecer inexcusablemente, como se compromete a hacerlo, como expresamente se comprometió Fox a hacerlo, al jurar el cargo que hoy ostenta.

El zalamero y entreguista discurso del presidente de la CIRT nos regresa a los tiempos siniestros de hace apenas un par de sexenios, pero que duraron muchos sexenios, en que los periodiqueros del País se sentaban cada año, el 6 de junio, a comer con el Presidente, al que invitaban pero le mandaban después la cuenta, para celebrar con él el día de la libertad de prensa y para agradecerle melosamente la existencia de la libertad, de una libertad que dichos periodiqueros no ejercían, pues encontraban en la autocensura una cómoda forma de sobrevivir para sus medios de incomunicación que no sobrevivirían, como no sobrevivieron, como medios de comunicación en la independencia.

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