Felipe Díaz Garza/ La conspiración del silencio

AutorFelipe Díaz Garza

Estoy de acuerdo con quienes señalan que los medios de comunicación debemos actuar responsablemente y que nuestra conducta debe estar regida por la ley. Además tengo la convicción de que, como parte orgánica que somos de la sociedad, debemos operar bajo los mismos mandatos legales bajo los que operan los ciudadanos que forman esa sociedad. E igualmente pienso que la misma legislación protectora de la ciudadanía debe ser protectora de los medios de comunicación, pues representamos y servimos a los ciudadanos.

Por favor, fíjese bien en lo que le escribo y perdóneme que lo recalque: los medios de comunicación no somos la opinión pública, tan sólo somos el vehículo para que la opinión pública se informe y se exprese, a través de la palabra escrita e impresa en papel o difundida electrónicamente. Vamos, los medios somos (o deberíamos ser) representantes populares, en la misma forma que lo son (o deberían serlo) los legisladores.

El pueblo vota en las urnas para elegir diputados o senadores que se informen en su nombre y para que lo representen en la formulación del marco jurídico que le da base firme a la sociedad. De la misma manera, el pueblo elige medios de comunicación para que se informen en su nombre y para que lo representen en la formulación del marco de información que le da base firme a la sociedad.

Las elecciones de los medios se dan en un proceso de selección permanente, que tiene lugar cada vez que alguien compra y lee un periódico o enciende, escucha y ve los aparatos de radio o de televisión que difunden información noticiosa o editorial.

Quizás este prólogo que le hago sea simplista, pero con él quiero llegar a que, si maniatamos, amordazamos, reprimimos o censuramos a los medios de comunicación, en realidad estamos maniatando, amordazando, reprimiendo o censurando a los ciudadanos que constitucionalmente son libres de informarse y de expresarse irrestrictamente, como también son libres, en esta democracia representativa y popular, de producir las leyes que garanticen precisamente la libertad.

En este contexto sería aberrante atender a los resentidos que quieren cortarle la cabeza al mensajero portador de malas noticias, que eso en todo caso somos los medios, atribuyéndonos la autoría de los hechos de los que tan sólo somos cronistas, muchas veces críticos y hasta agresivos, si usted quiere, pero nunca culpables de lo que, en nuestra condición de espejos sociales, tan sólo referimos.

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