Felipe Díaz Garza/ El avestruz sin cabeza

AutorFelipe Díaz Garza

El delegado del Instituto Federal Electoral en Nuevo León, Roberto Villarreal Roel, tiene razón en que la expedición de la credencial de elector debería estar basada en la confianza y buena fe del ciudadano, cuya palabra -de que se llama como dice, de que es mexicano como dice, y de que vive donde y como dice- debería bastar para que el Estado, que delegó su credibilidad y su responsabilidad en Villarreal Roel, certificase como verdadero el dicho de ese ciudadano.

Ahora bien, hay que considerar que la credencial de elector no sería necesaria si la declaración individual realmente fuera digna de crédito, pues bastaría, vecino, con que usted se presentara en la casilla correspondiente a su domicilio y ahí emitiese su voto sin más ni más, sin siquiera dar su nombre o domicilio.

En un sistema electoral basado justificadamente en la confianza oficial, en la buena fe ciudadana, nadie votaría dos veces ni lo haría a nombre de muertos, ausentes o desaparecidos, ni metería tacos a las ánforas ni haría todas las trampas electorales a las que los mexicanos estamos tan acostumbrados.

¿Para qué una credencial entonces?

No es necesaria una credencial electoral y tampoco es necesario totalmente ningún otro instrumento probatorio, como la tinta que ensucia feamente las manos limpias de culpa. En México, las elecciones transcurren en paz y con la gracia de Dios, con entera limpieza y con una nutrida población votante, de acuerdo con la bonita versión del señor Delegado del IFE en Nuevo León.

Mas esa bonita versión del delegado Villarreal Roel no coincide con la grosera práctica de la realidad cotidiana en la que las cosas son diferentes. Nadie le tiene confianza a nadie, menos a los documentos probatorios que el Estado otorga a través de sus delegados como lo es el del IFE en Nuevo León. Nadie cree en las licencias de manejar ni en las cartillas militares ni en los pasaportes, y cuando usted y yo los usamos como identificaciones hasta nos piden como prueba extra lo que por un tiempo fue la muy útil credencial electoral, que se convirtió en la prueba de identidad y domicilio irrefutable.

Hasta para usar una tarjeta de crédito le piden a uno la credencial electoral como prueba de que el titular acreditado en el plástico es uno y no otro distinto, con lo que se desdice aquello de "con el poder de su firma", pues ni en la firma estampada en la tarjeta mágica creen hoy los descreídos ciudadanos estafados por confiar en la buena fe de otros ciudadanos.

Pero el...

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