Ezra Shabot / Entender la guerra

AutorEzra Shabot

En el momento en que truenen los cañones es sumamente difícil encontrar los matices propios de un conflicto tan complejo como lo es el del Iraq de Saddam Hussein en contra de la coalición occidental encabezada por Estados Unidos.

Las condenas por parte de la opinión pública y sectores intelectuales a la intervención armada hacen caso omiso de la dinámica propia de un Oriente Medio en donde la combinación de una cultura distinta a la nuestra y regímenes autoritarios capaces de mantener bajo estricto control político a su población, no resiste el análisis simplista que equipara los conflictos en Occidente con aquellos que se presentan en esa zona.

Los abusos de poder por parte de los regímenes despóticos árabes y musulmanes son inaceptables en Occidente. Mucho menos la enorme injerencia de factores religiosos en el ejercicio del poder y en la vida cotidiana de sus habitantes.

Los altísimos grados de miseria existentes en esa zona son atribuibles más a las oligarquías petroleras gobernantes, que a los efectos del capitalismo imperialista al que hoy se pretende culpar por el destino de estos países. La oposición a Saddam Hussein se encuentra en los distintos grupos étnico-religiosos dentro de Iraq, y no en organizaciones diferenciadas por sus posiciones ideológicas o políticas al estilo del mundo occidental.

Los kurdos, shiítas, turcomanos, asirios y sunitas se encuentran sometidos al poder de una élite político-militar denominada tikrita, por provenir de la ciudad de Tikrit, lugar de nacimiento de Saddam Hussein, quien desde 1979 y hasta la fecha ha logrado reforzar las estructuras de un régimen autocrático en donde la admiración popular es producto de un férreo aparato de seguridad, apoyado por el carisma del dirigente, y la permanente existencia de enemigos externos creados por el propio Hussein, como el caso de Irán -a quien atacó durante 10 años con el aval de Estados Unidos y Europa-, Kuwait, Israel, y los propios Estados Unidos.

El aislamiento político y diplomático en el que vivió Hussein desde la invasión a Kuwait, lo llevó a reforzar las medidas de represión interna para evitar alzamientos populares.

Hay que recordar que al concluir la guerra en 1991, los norteamericanos y sus aliados, incluyendo entonces a Francia, se habían comprometido a sostener a los shiítas en el sur y a los kurdos en el norte, con el objetivo de que fueran los propios iraquíes los que acabaran con el régimen de Saddam.

Sin embargo, la fortaleza del aparato...

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