Entrevista / Francisco Toledo / El imaginario Toledo

AutorDaniel de la Fuente

Era abril del 2008, "La Lagartera" llevaba más de la mitad de avance y Monterrey pudo contemplar por meses, tanto en un taller de la Colonia Moderna como al lado del Paseo Santa Lucía, al entonces artista vivo más importante de México trabajando con una legión de trabajadores encabezados por el también creador Javier Zarazúa.

De 67 años, Francisco Toledo llegó al restaurante del hotel como extraviado, con la larga melena entrecana alborotada y la camisa celeste de manga larga que lo acompañó en buena parte de jornadas exhaustivas para realizar esa escultura de 25 metros de largo por 10 de ancho y una altura de 3 metros, única obra pública con esta dimensión del juchiteco.

Toledo, exponente de todas las técnicas visuales, suspiró -nunca fue afecto a entrevistas-. Pidió una limonada.

· ¿Disfruta La Lagartera?

"Tanto como disfrutar no. El trabajo cansa, el trabajo aburre".

El artista musita y alza sus manos abiertas de las que salen sueños, bichos, animales, esqueletos, mitos.

"Originalmente la pieza era como de este tamaño, ¿qué sera?, de 1 metro con 60, 50 centímetros de alto, y ahora es una pieza de unicel, un material muy ingrato, de 30 metros. Lo que era de 20, 40 centímetros ahora es 20 metros, no sé, son proporciones que nunca he manejado".

Un día Zarazúa y su equipo contarán lo que fue trabajar con Toledo: inconforme, el artista llegaba y corregía por entero cosas a las se había dedicado el día anterior. La escultura, sin embargo, fue inaugurada en agosto del 2008.

En ese tiempo el juchiteco estaba atento a los movimientos magisteriales de su tierra: a unos sectores los respaldó. Ya habían pasado las batallas por el McDonald's en la plaza principal de la capital y por la construcción de un libramiento en el Parque Nacional Benito Juárez.

Faltaba aún para las protestas por el intento de construir un centro de convenciones en el Cerro del Fortín y la desaparición de los normalistas de Ayotzinapa. Su imagen volando el papalote con la imagen de uno de ellos es poderosa.

"Hay una costumbre del sur", dijo. "Cuando llega el Día de Muertos se vuelan papalotes porque se cree que las almas bajan por el hilo y llegan a tierra para comer las ofrendas; luego, al terminar la fiesta, vuelven a volar. Como a los estudiantes de Ayotzinapa los habían buscado ya bajo tierra y en el agua, enviamos los papalotes a buscarlos al cielo".

De ese tamaño era Toledo.

·¿Le duele Oaxaca?

"Hay depresión, no sé cuándo termine. Sería exagerado decir que me duele, pero...

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