Eduardo Caccia / Una de hadas

AutorEduardo Caccia

La coincidencia es materia para las hadas. En milagroso momento electoral se nos avisa la captura de dos ex Gobernadores prófugos de la justicia mexicana y en algunos casos estadounidense (que a ratos parece nuestro Departamento de Justicia).

La jugada era un "strike cantado" para los maestros de la sospecha política. Aún así, no deja de asombrar que el Gobierno y el PRI celebren las detenciones como un logro que deben capitalizar, siendo que los ahora cautivos emanaron de ese instituto político y su conducta no es una rara avis, es más bien vulgaris.

Inevitable pensar cómo lo rimaría una monja mexicana desde su claustro: "Priistas necios que acusáis/ al corrupto con razón/ sin ver que sois la ocasión/ de lo mismo que culpáis".

La siguiente estrofa es un traje a la medida: "Si con ansias sin igual/ solicitáis su desdén/ ¿por qué queréis que obren bien/ si los incitáis al mal?", pues, como dice (en alusión al ex Virrey de Veracruz) Pedro Kumamoto, "él no es él sin ellos".

Pues nada, que esta nueva generación de priistas rebasó en desvergüenza a sus antecesores.

Lejos de desaparecer, como en la fábula de Monterroso, el dinosaurio sigue ahí, un monstruo de coraza recia que se alimenta de su propio excremento: corrupción e impunidad, y que crece de la misma manera que se multiplican los otros carteles del otro crimen organizado.

Su cola es larga, acorazada, y en momentos de tensión amenaza con agitarla destructivamente, lo que atemoriza a más de algún beneficiado por la habilidad del saurio para multiplicar los votos, los favores y, faltaba más, evaporar el erario.

A propósito de estas terribles bestias que surgen en las ciudades, José Saramago escribió alguna vez "El Lagarto", una breve historia de hadas, según nos lo dice él, en el libro "Las maletas del viajero", publicado en 1973 y cuyo ejemplar conmemorativo, con magníficas ilustraciones del brasileño José Borges, maridan una historia que se cruzó en mi camino hace unos meses, tal vez (como suele sucederme) con el único fin de que escribiera hoy estos renglones.

Resulta que por obra del destino (que en mi caso lleva los apellidos de mi esposa) fui a dar a Óbidos, un amurallado poblado medieval al norte de Lisboa, donde por motivos de su Festival Literario Internacional, tenían en exhibición los grabados de Borges y el libro que hoy acompaña mi librero (confesión de...

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