Editorialista Invitado/ El Jubileo y la salvación universal

Rogelio Narváez Martínez

Dios se ha revelado a nosotros y nos anuncia todo. No se preocupa del resto del mundo; somos los únicos seres del mundo con quienes entra en comunión

Orígenes, Contra Celsum 4:23.

Con esas palabras caricaturizaba Celso a los cristianos. Con lo anterior, podemos darnos cuenta de que las dificultades que enfrenta el mensaje cristiano no son nuevas.

En el Gran Jubileo de la Encarnación, los cristianos celebramos al Dios con nosotros. Se trata del Dios que no está ausente y que se ha hecho presente en nuestra historia.

Se trata del Dios que ha roto el silencio: ha querido salir del misterio, se ha dirigido al hombre y le ha revelado los secretos de la vida personal; le ha manifestado su designio inaudito de una alianza con el hombre con vistas a la participación de vida.

Dios, el vivo, el verdadero, ha hablado a la humanidad. Esta Palabra, que en un principio fue lejana, confusa, intermitente, como sonidos sueltos cuya unidad casi no podía percibirse, en Jesucristo, Hijo Eterno del Padre, se nos da toda entera, se hace Evangelio, se proclama como mensaje de salvación.

La revelación es el misterio primordial, en el que Dios nos comunica todos los demás misterios, porque es la manifestación del designio de salvación que concibió desde toda la eternidad y que realizó con Jesucristo.

Ha sido por esta revelación que hemos conocido los dones de la salvación, los medios para alcanzarla y los compromisos que el mismo hombre adquiere ante el Don de Dios, que es su mismo Hijo.

Los dones de la salvación tienen que ver con la culminación del misterio de la Palabra que se da. La Palabra articulada o proferida, se ha hecho Palabra inmolada.

Cristo en la Cruz manifiesta el amor del Padre hasta el grito inarticulado en el que todo se dice y se atestigua. La Palabra de Dios se ha agotado hasta el mismo silencio, y de esta manera, todo lo que era incomunicable se expresa con los brazos extendidos, el cuerpo desangrado y el corazón atravesado por la lanza del soldado.

Jesucristo es el mismo Don que el Padre eterno nos ha ofrecido. El es la Gracia Increada, como le llamamos en la teología, sin embargo, nos consigue un sinfín de efectos a los que les hemos llamado gracias creadas.

Los beneficios oscilan entre la gracia que sana al hombre del pecado y la gracia que eleva al hombre a una dignidad insospechada, la de ser hijo de Dios. Podríamos incluir entre los dones también la paz que hemos obtenido, la amistad ofrecida, el don precioso de...

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