Doctoras: ¡Salud!

AutorXardiel Padilla y Rosa Linda González

MARICELA ZÁRATE

CON FE EN LA CIRUGÍA

Cuando el despertador suena, marca las 5:15 de la mañana. Media población de Monterrey sigue dormida, pero Maricela Zárate Gómez ya está de pie porque sabe que a las 7:00 debe impartir su clase en la Facultad de Medicina de la UANL.

Antes de salir a la calle, sin embargo, como buena católica, dedica unos minutos a la oración. El ejercicio espiritual le brinda la serenidad requerida para emprender otra jornada en la cual quizás tendrá -como miles de veces- la vida del prójimo en sus manos en algún quirófano del Hospital Universitario.

"Yo siempre he sido una mujer de fe y de iglesia", advierte. Su convicción religiosa, vista a la luz de prejuicios jacobinos, podría considerarse un obstáculo para una profesión que se apoya en la ciencia para avanzar.

Pero no hay incongruencia entre la fe y la medicina. Luego de más de tres décadas en esto, Zárate Gómez está segura de que no hay "milagros" como ésos que, por ejemplo, prometen aliviar un cáncer avanzado en un paciente en etapa terminal.

Lo cual no obsta para que obtenga de Dios el valor, la iniciativa y la confianza para cortar con un bisturí la epidermis y demás capas de un ser humano, y así, entre la sangre y la carne viva, llegar al órgano dañado que se debe reparar.

Para un lance tan delicado, Zárate Gómez no es, claro que no, ninguna improvisada. Al contrario, por algo es la jefa del Área de Cirugía del Hospital Universitario, donde dirige a 16 médicos -todos ellos hombres- que a su vez se encargan de atender a residentes y estudiantes.

A fines de la década de los 50, la vida de la pequeña Maricela parecía encarrilada en el destino que sus papás, con las mejores intenciones, habían trazado para ella: ser maestra de inglés.

Pero ella, la segunda de cinco hermanos, un buen día de 1961 decidió que quería estudiar medicina.

"Cuando supo mi padre, pues bueno, qué barbaridad, puso el grito en el cielo", recuerda la doctora; "que si quería estudiar, pues que estudiara contador o que estudiara otra carrera, pero medicina no".

La jovencita siempre había sido muy obediente y lista para las clases de inglés que desde muy pequeña había tomado, además de la escuela "normal".

Su primaria y estudios de contadora de comercio los había realizado en el Colegio La Paz; allí, una maestra la invitó a participar en actividades formativas del Centro Cultural Lumen -manualidades y otros "asuntos de mujeres"-, donde terminó estudiando la preparatoria nocturna.

Una religiosa que también estudiaba la prepa la animó a que se inscribiera para presentar el examen de admisión en la Facultad de Medicina, el cual aprobó, para contrariedad de sus padres, cuenta ahora.

"Requisito indispensable cuando ya pasé y que iba a entrar a la facultad era que no me podía desvelar, que no podía estudiar en la noche, que todo lo que quisiera que fuera en el día.

"Como yo siempre era muy obediente", añade, "lo que hacía era dormirme muy temprano y levantarme en la madrugada a estudiar, porque la anatomía es el coco de todos nosotros cuando estudiamos medicina".

La joven Maricela cursó la carrera de 1961 a 1967, casi entre puros hombres (de 150 egresados, aproximadamente, sólo 14 eran mujeres, recuerda).

Dado que su papá, aunque muy feliz y orgulloso por la graduación de su hija, no le permitía salir de Monterrey para realizar el servicio social, pidió que la admitieran en el Hospital...

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