Un doctor en el frente de batalla

AutorDaniel de la Fuente

"Es de lamentarse", escribe Francisco Vela González en el primero de los dos tomos de su libro Diario de la Revolución, editado por el Gobierno de Nuevo León en 1970, que hayan sido tan pocos los revolucionarios que dejaron testimonio escrito de su actuación.

Sin embargo, agrega, contamos con las muy valiosas obras de generales como Álvaro Obregón, Francisco L. Urquizo, Alfredo Breceda, Manuel W. González, Juan Barragán Rodríguez, las del coronel Bernardino Mena Brito y varias otras "que se irán mencionados en el curso de estas narraciones y comentarios".

"Me han sido de utilidad también las obras del licenciado Isidro Fabela y las del general Miguel Sánchez Lamego", agrega.

Lo que hay, sin embargo, no es poca cosa, y un ejemplo es el Diario de la Revolución, del propio Vela, poco difundido y escrito al calor de las batallas, que da cuenta fielmente de pasajes relevantes, así como de análisis comparativos interesantes sobre estudios ya publicados.

Lo particular es que Vela fue médico... y nuevoleonés.

De Agualeguas a Harvard

Un repaso a la vida de esta figura poco conocida: su ficha en el Diccionario Biográfico de Nuevo León, de Israel Cavazos, es escueta, pero sustanciosa: nació en Agualeguas el 28 de noviembre de 1892. Cursó la primaria en Piedras Negras y en Zaragoza, Coahuila. Hizo la secundaria en el Ateneo Fuente, de Saltillo, y llegó a esa ciudad con su familia huyendo de la sequía.

En 1911, Vela ingresó a la Escuela Nacional de Medicina. Es aquí cuando empieza su trayectoria y así la narra en el prólogo al primer tomo del Diario el Coronel retirado Ernesto Zertuche González, miembro de la Sociedad Nuevoleonesa de Historia, Geografía y Estadística: "Conviene saber que, siendo un joven estudiante de segundo año de medicina en la Universidad de México, dejó sus libros para empuñar las armas al darse cuenta de que el Presidente Madero era traicionado por parte del ejército del que era jefe supremo, y por fracasos rebeldes a su régimen (Félix Díaz y Bernardo Reyes), a quienes había perdonado.

"El lector podrá ver a su tiempo cómo aquel joven se presentó espontáneamente a las puertas del Palacio Nacional, escasamente guarnecido, a temprana hora del 9 de febrero de 1913, a ofrecer sus servicios de soldado maderista al valiente y leal General Lauro Villar, comandante militar de la plaza de México, en los momentos en que una poderosa columna rebelde llegaba frentre a Palacio, segura de capturarlo; aventura en que perdieron la vida los...

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