Diván Especial/ 'Sexo' doloroso

AutorJosefina Leroux

¿Cuánto tiempo ha pasado desde que intentan el coito? Es la pregunta obligada a aquellos que acuden a terapia por no haber podido consumar el acto sexual. Siete años, me dijo una pareja.

La decepción comienza con el primer día que pretenden estar juntos. La excitación se estrella con la realidad y se transforma en miedo, sentimiento que durará mientras continúen insistiendo, por más despacito que lo realicen.

El dolor enseña al cuerpo a evitarlo. El aprendizaje es instantáneo, no se requieren repeticiones para saber que algo lastima.

Algunas personas aprenden por experiencias ajenas, por cuentos.

"Si supieras cuánto duele...", amenazan unas a otras las mujeres en las despedidas de solteras.

Como en una epidemia, se contagian el miedo y se lo llevan a sus cuerpos y a sus camas.

A los hombres les dicen mejores cosas, por eso no les duele. A ellos los apoderan de lo que podrán hacer y gozar...

"¡Pobrecitas!", escuchan en cambio las mujeres.

Es la asociación perpetua del sufrimiento con lo sexual. Así empiezan los cólicos menstruales, ante una resistencia de crecer y padecer.

El temor cierra las compuertas para que no entre el enemigo.

Aún así, duele antes de sentir. Duele no sólo la vagina ante la amenaza de desgarro, duele el alma que no entiende por qué en aras del amor se ultraja al cuerpo.

La presencia de dolor ahuyenta al placer ipso facto. Lo que se anhelaba de pronto adquiere un halo de sospecha que cumple los presagios; después que lo vive, puede decir la mujer cuánto duele para repetir la historia.

Todo depende del umbral al dolor, de la sensibilidad, del aguante, en otras palabras.

Son las delicadas y muy románticas, las que tienen una idea alejada de lo real, las que más se asustan y tensan.

Y al temor le sigue la activación de armas para sobrevivir. El cuerpo obedece, no sabe la clase de amenaza que tiene en frente.

Es la mente quien le ordena al cuerpo que se defienda. Y la vagina lo hace ante la penetración prometedoramente dolorosa.

Son los músculos que la rodean los que se encargan de custodiar la entrada; así se cierran, por más esfuerzos que hace el marido por cortejar y seducir.

Después de un tiempo de intentos frustrados, mejor se evita estar juntos. Primero discute la pareja, luego interpretan y ofrecen soluciones casi siempre fallidas.

"No me das tiempo", "me lastimas", "sólo piensas en eso", son las frases que se dicen para salir del paso, que complican la relación más que encontrar soluciones.

La incapacidad de hacer el...

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