Detrás de un Soto

AutorBertha Wario

Frente a tus ojos, un panel de madera con finísimas rayas blancas horizontales, con fondo negro, y una estructura de la que surgen decenas de hilos de nylon, que a la vez sostienen igual número de varillas hermanadas en su tamaño y su forma, coloreadas de blanco algunas, con un ligero toque de verde.

Todo pulcro, todo exacto. Te mueves a la derecha, luego a la izquierda, y la curiosidad crece. Ves el movimiento y descubres que entre esa maraña tan habilidosa flota un cuadrado perfecto que atrapa tu mirada, pero que no está ahí. Aparece como un susurro casi fantasmal.

Estás en Marco, en una de las salas donde se exhibe la exposición de Jesús Rafael Soto, a quien se le atribuye la paternidad del arte cinético, ese que sólo viéndolo se entiende. Ahora ves cómo bailan ante tus ojos más de 100 varillas pequeñas e idénticas, todas en forma de "T", enclavadas en una superficie plana.

Como si fueran letras indescifrables, curveadas con armonía, los alambres metálicos parecen respirar agitadamente, mientras que no te explicas, ni intentas hacerlo, tanta vibración desde lo estático. ¿Habías visto cómo pueden palpitar una serie de cuadros simétricos de varios colores cuando están sobre un paisaje determinado?, te preguntas.

Luego el permiso que pocas veces dan las obras que se exponen en museos y galerías: tocarlas y hasta entrar en ellas. Están ahí el "penetrable azul" y el...

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