Denise Dresser / 'Rat Park'

AutorDenise Dresser

Desde hace décadas nos han dicho que la "guerra contra la drogas" sirve para algo. Sirve para reducir la producción, dicen. Sirve para disminuir el suministro, argumentan. Sirve para limitar el consumo, sugieren.

Pero más bien ha servido para otra cosa. Ha servido para exacerbar el consumo y generar un creciente tráfico ilegal que ahora constituye uno de de los mercados no regulados más grandes del mundo. Ha servido para criminalizar y castigar y encarcelar y militarizar. La guerra contra las drogas se ha vuelto una guerra contra las personas.

Más que cumplir con las metas propuestas, el enfoque prohibicionista ha generado consecuencias colaterales no previstas. La creación de un mercado negro criminal en ascenso. El desplazamiento de políticas del sector salud al sector policial. El "efecto globo", ya que cuando se aprieta el control en una zona, el consumo simplemente se traslada a otra. El desplazamiento del consumo a otras sustancias, cuando la ley interviene para atacar una en particular. La estigmatización a las personas que usan drogas en vez del apoyo a ellas.

Pero a pesar de lo que claramente constituye una política fallida, sigue allí. A pesar de que ha generado más problemas de los que ha resuelto, sigue allí. Por intereses populistas. Por presiones geopolíticas. Por el uso político de la retórica de la "mano dura". Por la perpetuación de una lógica circular autojustificatoria que funciona para apuntalar este enfoque, en el cual los daños de la política prohibicionista son fusionados con los daños derivados del consumo. Y así se intensifica una guerra que causa muchos de los problemas que supuestamente fue diseñada para afrontar.

Además hay intereses enquistados en los aparatos de seguridad a los cuales les conviene que todo quede igual. Grupos de poder -tanto en México como en Estados Unidos- que han invertido capital político en combatir a las drogas "porque son peligrosas". Líderes políticos que obtienen réditos electorales. El Ejército y la policía que finalmente cuentan con financiamiento y apoyo popular para desplegarse.

Todo ello aunado a la difundida percepción sobre la intrínseca amoralidad de las drogas. Con demasiada frecuencia la evidencia es reemplazada por la fanfarronería moral. Y por ello una guerra que ni siquiera deberíamos estar peleando se vuelve inmune al escrutinio. A la crítica. A opciones distintas y enfoques nuevos.

Pero ahora -finalmente- el cambio está empezando. Porque los costos de la guerra contra...

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