Denise Dresser / Odiar al 'otro'

AutorDenise Dresser

Donald Trump se dedica a denostar a los mexicanos y luego un hombre armado con una AK 47 mata a cuantos puede.

El Presidente estadounidense usa su cuenta de Twitter para identificar enemigos y después un seguidor suyo los asesina.

Sin duda hay lecciones importantes que aprender de lo ocurrido en El Paso, sobre el acceso estúpidamente fácil a las armas en Estados Unidos y el racismo y la discriminación y la criminalización étnica.

Pero ojalá que el aprendizaje más importante fuera moral. Ojalá echara un poco de luz sobre comportamientos y formas de hablar y actuar que trascienden lo ocurrido en Texas.

Lo más fácil sería embestir a Trump por las implicaciones de su retórica rabiosa, sin mirarnos críticamente y ver cómo la emulamos.

Lo más sencillo sería ver al trumpismo xenófobo y polarizante como algo aislado, sin precedentes. Como algo excepcional e irreproducible, cuando no es así.

Condenamos la violencia verbal y física al norte de la frontera, como si eso permitiera absolvernos de la autocrítica acá.

Como si no tuviéramos comportamientos análogos, violencias similares y cotidianas, reproducidas incluso en nuestra manera de hablar.

Desde el púlpito más poderoso del País, López Obrador recurre cotidianamente a calificativos despectivos como "fifís" y "machuchones" y "canallas" para referirse a quienes no piensan como él.

Desde las trincheras de Twitter, opositores del Gobierno conjugan el vocabulario del descrédito, con frecuencia enraizado en expresiones racistas y clasistas.

A lo largo del País, en todo momento, alguien usa expresiones sexistas y misóginas para referirse a una mujer, y después violentarla.

En las calles y en los cruces fronterizos y en las encuestas, muchos mexicanos miran con malos ojos a un migrante y lo maltratan.

He ahí el patrón cada vez más peligroso: calificar al "otro", etiquetar al distinto, menospreciar a la mujer, gritarle al gay, darle un trancazo al trans, insultar al mexicano o matarlo.

Las palabras importan.

Las que escupe Trump y las que recogen quienes lo siguen. Las que pronuncia el Presidente y las que emulamos nosotros. Las que se diseminan en las redes y las que se reproducen en los hogares.

Por eso hay que usarlas responsablemente, cívicamente, democráticamente.

Porque la historia enseña los vínculos entre las palabras y el antisemitismo, las palabras y la violencia étnica, las palabras y los feminicidios, las palabras y la discriminación de género, las palabras y la encomienda de un hombre armado...

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