Se dedica a evitar el sufrimiento

AutorMaría Luisa Medellín

Fotos: Arturo López

Una religiosa del colegio al que asistía, pidió a las niñas del grupo de preprimaria hacer un dibujo de la profesión que ejercerían cuando fueran grandes.

Adriana Arteaga García, hoy especialista en anestesiología y en clínica del dolor, tenía apenas 4 años, pero no dudó ni un instante: sería doctora.

En ese tiempo, y aún en la carrera de medicina en la UANL, pensaba dedicarse a la pediatría. En su niñez lo afirmaba porque su referencia más cercana era el doctor que la atendía con frecuencia porque era muy enfermiza y su mamá batallaba para que comiera.

Ya en la facultad, luego de cursar el bachillerato en ciencias biológicas en la prepa del Tec Eugenio Garza Sada, lo que la disuadió fue precisamente la consulta de pediatría.

"Supe que eso no era para mí porque el interrogatorio y la consulta son indirectas, con la mamá, la abuelita, quien lleva a consultar al bebé", platica Adriana, quien luce zapatos blancos de tacón alto y un jumpsuit azul marino bajo la bata blanca, que alargan su esbelta figura.

"Me gustaba muchísimo estar en quirófano, pero me parecía bastante difícil compaginar la carrera de cirugía general con mi vida familiar porque me casé cuando estaba en la facultad. En cambio, anestesiología me gustó por el contacto con el paciente y porque es muy completa; tienes que saber de todo: medicina interna, cirugía, farmacología, estás en el quirófano y, dije, esto es lo mío".

De aspecto juvenil y cabello castaño rojizo a los hombros, Adriana cuenta que cuando nació su primera hija dejó la facultad casi por dos años, hasta que su mamá, Esperanza García Torres, la exhortó a no olvidar su sueño de ser doctora.

"Platiqué con mi marido, porque antes de casarnos acordamos que seguiría estudiando si lo deseaba y él estuvo de acuerdo en que retomara la carrera. Casi al finalizarla nació mi segundo hijo y preferí continuar porque, de lo contrario, hubiera acabado no sé cuántos años después", dice entre risas.

Afirma que pudo lograrlo con el apoyo de su esposo, su mamá, sus suegros y hermanos porque tiene el privilegio de pertenecer a una familia "muégano" (sumamente unida).

"Tampoco debe haber sido fácil para mí, pero mis recuerdos son de echarle muchas ganas, quizá porque era muy joven salía de clases, llegaba a la casa, convivía con mis hijos, los llevaba al parque, y si tenía guardias pedía ayuda".

Relata que sus compañeras se reunían en su casa para estudiar y su hijo hojeaba sus propios cuentos junto a ellas. Su hija...

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