El cronista del Reino

AutorDaniel de la Fuente

Acaso de 5 años, Israel Cavazos Garza camina de la mano de su madre por la calle Guadalupe, del municipio del mismo nombre.

Son los días en que este niño, al subir al campanario de la iglesia y mirar su pueblo, anhela conocerlo todo.

Nacido el 2 de enero de 1923, se dirige de la mano de doña Antonia a Monterrey. Al paso saltarín de Israel, de frente amplia, mirada inocente y pantalón corto, y de su madre los vecinos se asoman de sus casas.

"¿A dónde vas?", le preguntan a ella, quien responde: "Voy al reino".

"Al reino...", repite las palabras mágicas el niño, el sexto de 10 hijos, cuatro fallecidos prematuramente.

Hoy, a sus 91 años, Israel las pronuncia con fervor: "el reino".

"Se me grabó. Nunca dejé de pensar en Monterrey como en la capital de uno, lo que fue por ser el centro del Nuevo Reino de León y que aún estaba extendido, porque a las muchachas les llamaban 'reineras', lo mismo a su gente: 'reineros'.

"Ahora les llaman regios", dice y arruga la nariz. "Una chocantada".

Aquella imaginería quizá produjo un sueño que no olvidó: en el patio de la infancia, el hoy Cronista de Monterrey y algunos niños solían derretir piloncillo sobre un cazo de cobre encima de un sillar. Alguna vez, era un niño, soñó que perforaba la piedra hasta hacer una oquedad tan grande por la que caía en una especie de capilla en penumbras y en cuyos asientos en torno a una mesa había caballeros como los de las novelas de capa y espada que David, su padre, le leía por las noches.

"Curioso: uno de esos caballeros era Martín de Zavala", cuenta Israel, risueño, "nombre que no había escuchado y mucho antes de leer libros que papá tenía de Gonzalitos".

Israel baja la mirada y se toca las manos de casi un siglo.

"Como que uno viene predestinado...", dice, "y no basta la vida".

"CUENTA NUESTRA HISTORIA, ISRAEL"

El historiador se desplaza lentamente, a veces con bastón, por su casa, una vivienda de dos pisos en el Centro de Guadalupe. Ahí, para donde uno volteé, no verá más que libros, fotos, recuerdos.

En una estancia, casi como en un nicho, la foto de Lilia Villanueva, su esposa por 45 años hasta su muerte, en el 2008. Con su "preciosa", como le llamaba a la también historiadora, tuvo dos hijos y compartió viajes y la pasión por el pasado.

Sobre la mesa del comedor hay obras en proceso: una compilación de causas contra insurgentes locales, el quinto tomo de las Actas del Ayuntamiento, la reedición ampliada del Diccionario Biográfico de Nuevo León y su anhelada historia...

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