Crónica de un capitán de empresa

AutorAlejandro Garza Lagüera

El primer puesto que ocupé en 1948, al iniciar a los 22 años mi trayectoria en la Cervecería Cuauhtémoc, fue como asistente del señor Zamacona quien era el responsable del área de ventas, conocida en ese entonces como Relaciones Internacionales. Era ahí donde se trataba con todos los concesionarios de la Cervecería. Después de aproximadamente dos años en esa área, me integré a la Tercera Sección de Ventas, bajo la responsabilidad de mi abuelo materno, José Pío Lagüera, y de Abel González, quien también tenía a su cargo esa área.

En ese entonces, las ventas de las cervezas fabricadas por Cuauhtémoc: Carta Blanca y Bohemia, se realizaban a través de tres secciones. La primera correspondía al norte del país: Coahuila, Durango, Chihuahua y Sonora; la segunda, a San Luis Potosí y el centro y sur del país; y la tercera, a Monterrey, el resto del estado de Nuevo León y Tamaulipas. A ellas se sumaba para la Ciudad de México la Compañía Comercial Distribuidora, que también era parte de Cuauhtémoc, a través de ella se vendían sus marcas, mientras que la Cervecería Cuauhtémoc distribuía la cerveza de barril y sus propias marcas: Monterrey y Quijote. La misma división se presentaba con la venta de las marcas de otras cerveceras adquiridas. Más adelante hablaré de la decisión de fusionar las ventas para que todas fueran de Cuauhtémoc.

Entre las anécdotas de la época recuerdo una ocasión memorable en que mi abuelo le habló a Pedro Guajardo, que era viajante en la Tercera Sección, diciendo que al día siguiente por la mañana saldrían a la ciudad de Tampico, pidiéndole muy encarecidamente que checara bien el carro: llantas, baterías y, sobre todo, llanta de refacción y herramienta; a lo que Pedro contestó: "así lo haré, no se preocupe".

Al otro día partieron hacia Tampico y, antes de llegar a Mante, se les voló una llanta. Se orillaron y don Pío Lagüera preguntó: "¿traemos llanta?". A lo que Pedro respondió: "déjeme checar". "Checar era ayer, Pedrito", dijo mi abuelo. En resumen, no traían llanta ni herramienta. Esta vez la petición fue tajante: "sácate un asiento del carro y ponlo debajo de aquel árbol y ahí te espero ya que no puedo ayudarte". Al final de cuentas un tráiler se detuvo, ayudó a arreglar la llanta y siguieron su camino; Pedro Guajardo no sabía dónde meterse con su desacierto.

Mi siguiente encomienda, antes de salir de la Tercera Sección, me la dio Porfirio R. González, quien pidió mi traslado al almacén bajo las órdenes de Rodolfo Páez...

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