Cony De Lantal / De noche en el callejón...

AutorCony De Lantal

Este sábado por fin me llevó mi marido a cenar a El Callejón de la Boca en la Carretera Nacional, el que está en la orillita de la presa... Pero, desafortunadamente, también está en la orillita del servicio, de la comida y del romanticismo.

Chincheros. Y yo que iba bien culeca saboreándome una velada de ensueño al borde de la laguna, a la luz de las estrellas, enmarcada por las montañas y seducida por un vientecillo otoñal que jugueteara entre mis cabellos al ritmo de una guitarra bohemia. O por qué no, al estilo "Gaviota", compartir la mesa con mi "Rodrigo Montalvo" en una pequeña barca, mecidos por esa paz que dan las aguas quietas de un lago, hasta que, fuera del script, nos viéramos en la necesidad de fundirnos en un abrazo empapado tras un bamboleo inesperado de nuestra frágil embarcación...

¡No te rías! Te diré que ya casi me sale mi escenita de telenovela. Le pasé de rozoncito. Bueno, exageré con lo del barquito, pero el resto de los elementos sí estaban ahí, lástima que algo no hizo click.

La última vez que visité este lugar hace años lo hice de día y me encantó ese paisaje que incluye agua y montañas, por lo que yo juraba que para la cena sería espectacular.

Pero con lo negro de la noche, la méndiga presa ni se veía, menos las montañas y ni siquiera las estrellas, y encima tenía yo un focote de esos de un millón de watts que, desde la otra orilla, me daba en las meras jetas y me trajo lampareada toda la noche. El pobre guitarrista ponía todo su empeño en lucirse para darle ese toque emotivo al momento, pero unos metros más allá la escandalera de cumbias que traían a todo volumen los borrachales asiduos de la zona lo opacaban gacho. Y para acabarla de amolar, las sillas están tan duras, que es imposible poner ojitos de pichón enamorado cuando te están calando las sentaderas hasta el hueso. Y tienen cojines, pero como los de plaza de toros, con muchas horas de nacha encima ya no amortiguan nada.

La velita en la mesa, la música romántica y las antorchas que te prenden en los alrededores te le dan un toque muy poético a tu velada, pero además de las sillas duras les fallan muchas otras cosas para redondear la experiencia. Por principio de cuentas, de nada sirven las mentadas velas y antorchas y lago y demás escenografía, si no hay un buen vinito para aflojar maridos tiesos. Al menos ahí nadie me supo decir si acaso tenían alguna botella en existencia. El mesero simplemente se salió por la tangente con un "apenas el encargado", y éste...

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