Contradicción y hermosura

El Cairo es a un tiempo pirámides, Nilo, mezquitas, espléndidas villas que emergen esporádicamente de las orillas del río y feos edificios en perpetuo estado de construcción y de crecimiento, que imponen su tono ceniciento sobre todo lo demás.

Pero, ante todo, esta ciudad es ruido, por eso es fácil comprender el desconcierto de quien aterrice aquí por primera vez de noche y, al abrir la ventana de su habitación, oiga el atronador barullo que surge de la oscuridad y de las luces titubeantes y desconocidas, bajo un firmamento sin estrellas y de tono café por la polución y el polvo del desierto.

Sin embargo, todo cambia por la mañana, cuando el ruido se hace forma y se transforma en inofensivas carrocerías destartaladas, encajonadas unas con otras, y en gente amable y comunicativa que va y viene.

Esto es algo natural en una ciudad con 17 millones de habitantes que (según estimaciones de los propios residentes) aumenta un millón por año.

Aquí la mayoría se las arregla para hacer funcionar modelos de coches tan antiguos como las pirámides.

¿Qué significaría si oyera a todos ellos tocando el claxon a la vez? Que estaría en El Cairo. Es la manera de conducir por unas calles donde de nada valen las señales de tráfico, sino los código construido sobre la necesidad de salir del atolladero.

Tampoco se respetan los pasos de peatones ni los semáforos, cuando los hay, así que se necesita estar bien despierto para salir a dar un paseo.

En realidad, aquí no se puede salir de casa distraído, hay que poner los cinco sentidos en la circulación y en el regateo, que forma parte de la vida cotidiana, puesto que todo es negociable, hasta la carrera del taxi.

Sólo a un "pardillo" (persona inocente y simple) se le ocurriría preguntarle al taxista cuánto le debe. Lo suyo es que el cliente, una vez abandonado el taxi, le dé por la ventanilla lo que estime oportuno o que negocie el precio antes de subir.

"Alá dispondrá".

Alguien pensará que para tanto como hay que hablar con unos y con otros es imprescindible saber árabe, pero con dos o tres palabras de inglés, francés, italiano y español se tiene asegurada la conversación, discusión o lo que sea.

Lo que sí ha de aprender con urgencia un residente o visitante en El Cairo es a tener paciencia. A interpretar en su justo sentido las familiares palabras "bukra inshaallêh" (mañana, Alá dispondrá), que, ante lo que haya de ser ejecutado, parecen alargarse y desaparecer por un futuro impreciso.

Desde el hotel Conrad, puede...

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