Sobreaviso/ Confusión e información

AutorRené Delgado

Duele. Sí, sí duele. La muerte, por ajena o lejana que sea, siempre duele. Sobre todo, cuando ésta se presenta -se presenta- como un sacrificio autoimpuesto, en una llanura de dudas y anomalías. Ese dolor es innegable. Siempre es lamentable y doloroso ver cómo alguien pierde la vida.

Sin embargo, cuando la muerte ocurre en la arena política es menester verla con ojos distintos, con enorme claridad y entereza. La política, por civilizada, legal y legítima que sea, es un juego duro, tremendamente duro. Pone en suerte intereses, fuerzas e inteligencias y, por su naturaleza, supone conflicto y competencia. Pone en juego el poder. Es dura. Y lo es más cuando no está revestida de aquellos valores -civilidad, legalidad, legitimidad- y, además, ignora un ingrediente singular en estos días: el valor de la información. Si no está revestida de esos valores e ignora el momento mediático, la política es más dura todavía.

Por eso, cuando la muerte ocurre en el campo político no puede trasladarse a otro terreno, más bien propio de lo íntimo o lo puramente humano. El piso de la política es mucho muy duro. La tragedia humana en la política es distinta a otras. Cuando el dolor y la muerte tienen tintes políticos, es obligado no confundirse. El conflicto político es distinto al simplemente humano. El piso de la política es duro por naturaleza. Si eso no se reconoce, las causas se confunden con los efectos. Los hechos con los reflejos. Lo principal se pierde.

El dolor humano derivado del ejercicio político no puede llevar a confundir las cosas. La muerte, en ese campo, no constituye un argumento. No abre un debate distinto; al contrario, por lo general lo cierra o lo contamina. Además, deja una estela mayor de misterio, profundiza dudas que, aun con el dolor encima, es obligado esclarecer.

Dos graves errores de este Gobierno se cifran justamente en el desprecio por la política y la información.

La administración se hizo de un buen número de cuadros preparados, inteligentes, capaces y honestos, pero una buena cantidad de ellos vio la política -la imprescindible política- como un mal frente al cual no había por qué reparar, ni detenerse. Se tomaban decisiones, se lanzaban proyectos, se instrumentan planes sin hacer la tarea política y, de inmediato, surgían las resistencias que, en más de un caso, complicaban cuando no echaban por tierra proyectos que respondían a necesidades ineludibles.

Premeditada o no, la soberbia se constituyó en una característica de la...

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