El ceramista en el jardín

AutorDaniel de la Fuente

Cuando un artista crea se parece a Dios, afirma el ceramista Ricardo Escobedo, pero si debiera rescatar algo de su hogar en caso de un incendio elegiría a sus cactus y a sus gatos Kathy y Güero.

"La cerámica y las cosas son eso: cosas; lo demás tiene vida", dice el artista nacido en 1945.

El par de felinos blancos ronronea entre las piernas de este hombre que ha combinado su interés por la arcilla con el cultivo de decenas de plantas en macetas de tamaños varios, tanto en una terraza aledaña a su taller, ubicado en lo alto de su casa al poniente de la Ciudad, como en el jardín.

En este espacio austero, el regiomontano mantiene un espeso conjunto de cactáceas globulares, colgantes, verdes que van del amarillo al azul y casi negro en torno a un estanque, así como a un roble bajo el cual ha enterrado a sus anteriores mascotas.

"Por eso se dan tan bien las plantas", bromea Ricardo, de lentes, cabello entrecano y barba blanca, y quien es un conversador claridoso y eventualmente irónico, aunque generoso a la hora de enseñar.

"Ricardo es un gran profesor no sólo de cerámica, sino de la vida", afirma Leticia Ruvalcaba, una de sus alumnas del taller de cerámica Tres Piedras, cuyos atributos son que allí hacen sus vidriados, su paleta de colores y las fórmulas de las arcillas.

"Por sus venas corre sangre de un verdadero profesor", agrega.

De dicción precisa, el ceramista pasea entre sus cactus cuyas flores de algunos, pequeñas y coloridas, se alzan sobre los montículos espinosos y rodeados de piedrecillas. Sabe el tipo de cada una de estas plantas discretas, sus características y métodos para que existan a plenitud.

Tal como ha vivido el artista.

El nombre Tres Piedras data de 1974, cuando Ricardo y su compañero, el también ceramista Rafael Gabilondo, fallecido en el 2000, decidieron denominarlo bajo un concepto que reflejara viveza y durabilidad.

Este último recordó que en Sonora decir "está rete tres piedras" es hablar de algo bien hecho, pero también alude a un anillo de compromiso que les mostró una anciana de esa entidad, hecho con un rubí, un diamante y una perla.

"Nos dijo que representaban el amor, lo perdurable y lo efímero", cuenta Ricardo, soltero, uno de ocho hijos que tuvieron la costurera Isidra Lozano, la única que sobrevivió en un rancho de Escobedo a la epidemia de gripa del 17, y el regiomontano Filiberto Escobedo, panadero por las mañanas y discípulo de los pintores Mingorance y Decanini por las tardes.

"Papá estaba muy metido en...

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