Causa migración soledad y pobreza

AutorLeslie Gómez y Gerardo Romo

'El rancho está solo'

Leslie Gómez y Gerardo Romo

JEREZ, Zac.- En Jomulco, el viento silba. Es lo único que se escucha en las calles terregosas donde ese sonido es interrumpido ocasionalmente por el cacareo de alguna gallina. Aquí viven apenas 20 personas.

El tiempo se detiene y sólo se sabe que es domingo porque es el día que llega el cura a abrir la iglesia.

En esta comunidad, ubicada a 8 kilómetros de la cabecera municipal, don Miguel se dice feliz mientras descansa debajo de un árbol y el polvo le forra la cara.

"Esa casa de ahí está sola. En la casa de allá no hay nadie. Todo ese barrio para allá está solo. Esas otras tres casas están solas, abandonadas.

"El rancho está solo", así describe Miguel Dorado Aguilar lo que ve en su pueblo.

En los años 20, aquí había unas 400 familias. Hoy si hay 20 personas son muchas. Todos se fueron a Estados Unidos y allá nacieron las siguientes generaciones.

"Aquí la gente toda es pobre, no tiene modo de que tuviera un negocio. La única tiendita es ésa -dice señalando un local enrejado: Abarrotes Tavo- y todo el tiempo está cerrada. No hay quien compre".

La quietud se rompe de pronto. De la casa de la familia Acevedo Aguilar, marcada con el número 3, una de las cinco viviendas habitadas, sale una voz que sigue a la de Vicente Fernández a todo volumen.

La gente de Jomulco vive en Texas, California y Nebraska. La mayoría inició el éxodo décadas atrás, como don Miguel, quien en 1963 aprovechó el programa bracero y forjó su futuro al estilo gringo.

"Nos fuimos buscando la vida a Estados Unidos porque aquí no hay de qué vivir. Hay agricultura, pero no da para mantenerse", dice.

A sus 72 años, ahora con su pensión estadounidense, don Miguel viene al menos dos veces al año a su Jomulco para respirar aire fresco y olvidarse del ajetreo de la ciudad, sus ruidos, los carros, el estrés. Sus dos hijos y nietos lo esperan en San José, California.

"¿Cómo pasa el tiempo aquí?", se le pregunta.

Así como me ve. Me voy a ese arbolito, me quedo un rato, me voy al otro, camino y me regreso a la casa de mi sobrina. Me gusta venir aquí, a veces estoy un mes, 6 meses o nomás ocho días, depende de si mis hijos me dan para el pasaje y mi ánimo".

En el paisaje jomulqueño, un buey custodia una casa abandonada.

"En todo el rancho quedan dos, tres animales, no se ajusta para levantar suficiente comida para ellos", dice Josefina, una mujer de 50 años, sombrero de palma y pocas palabras.

Desde hace siete años que falleció su padre...

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