Carlos Ortiz Gil/ Para revalidar la fe

AutorCarlos Ortiz Gil

Sólo queda esperar. Todo está en manos del electorado, pero más aún en las de los indecisos. No es exageración: de ellos depende la suerte de nuestro estado. Una omisión del voto puede ser fatal. Es por eso que mi artículo de hoy lo quiero dirigir a los auténticamente indecisos.

Pesa una ineludible y grave responsabilidad de conciencia en los indecisos. Poseen todo el derecho a esa indecisión. Los partidos políticos con sus campañas sucias, el comportamiento innoble de la mayoría de los candidatos o de sus equipos de trabajo y los participantes en los medios de comunicación, hemos llevado a miles, o decenas de miles, de electores potenciales al punto muerto de la indecisión.

Sobradas razones hay para dudar y no saber quiénes serían los mejores hombres. Esa duda es del todo razonable y se explica. Ya he dicho que ser indeciso no es igual a ser abstencionista. Pero temo que si la indecisión persiste y no se resuelve en el voto, se estaría cayendo en la irresponsabilidad cívica y en el endurecimiento del corazón.

Hay que pensar en los demás antes de pensar en uno. (Me decía mi nana Lupe cuando yo era pequeño: "¦El que por otro pide, por sí aboga", y los años de la vejez me hicieron constatar que es cierto). Se ama para ser amado y no al revés. El que ama verdaderamente busca el bien de la otra parte antes de procurar el propio. Si así es en la vida cotidiana personal, con mayor razón debe serlo en la comunitaria.

El sistema político oficial, o sus subsistemas, nos ha roto muchas veces la esperanza, quebrantándonos el corazón. Por décadas hemos vivido aguardando la realización de nuestros anhelos y la satisfacción de nuestras necesidades. Hemos atravesado por miserias nunca vistas y por infiernos inimaginables. Y como pueblo tenemos décadas de padecer sed, hambre, injusticia, agravios, agresiones y atropellos a nuestra dignidad de mexicanos.

Pero hasta ahora esa dolorosa circunstancia no nos ha doblegado. Nos ha hecho titubear, es cierto. Mas no derrotado. Esa es nuestra grandeza de alma y así es el temple de nuestros ánimos nacionales. Por eso José Vasconcelos nos encontró el exacto nombre: somos la raza cósmica.

Aceptamos ser lo que no queremos ser. Nos agreden y atropellan porque nos dejamos o permitimos que...

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