Carlos Fuentes / Cándido 2004

AutorCarlos Fuentes

Vivimos en el mejor de los mundos posibles. La realidad es el deseo. La materialidad es precaria y aparente. Quienes sólo ven el lado negativo de la realidad son ciegos o malvados. Son Judas que dan una versión distinta de la realidad, traicionándola. Se atreven a decir que no todo está bien en el país de Cocaña inventado por el emperador. Pero el emperador está convencido de que sus deseos ya son realidad. El emperador vive en un mundo de fantasía perfectamente protegido por una impenetrable barrera de pinos. Su corte le dice todo el santo día que su gobierno es un éxito, que las cosas marchan de maravilla, que quienes lo critican son gente mala, envidiosa, añorante del pasado autoritario.

El emperador se resiente de las críticas adversas. Él es tolerante, democrático, bien intencionado. No entiende por qué sus críticos no ven estas virtudes. Piensa que los críticos son adversarios, no del emperador, sino de la libertad que él trajo al reino. Si los enemigos actúan en contra del emperador, actúan en contra del reino. Entonces todo se vale para contraatacarlos. Campañas de descrédito. Emplazamientos judiciales. Manipulación de la información.

Pero, un momento, ¿no actuaba así el antiguo régimen autoritario que el emperador democrático derrotó hace cuatro años? Franz Kafka, cuya muerte fue sólo una ficción, se vino a vivir a México y reside aquí, disfrazado de cucaracha. Ello le permite observar sin ser observado. Le basta cantar cuando alguien se le acerca con insecticidas, aquello de "se murió la cucaracha, ya la llevan a enterrar". Y en México nadie mata a quien ya se dio por muerto.

Tal es la paradoja kafkiana del emperador. Es simpático. Cae bien. Pero para ser visto con simpatía, necesita estar en campaña permanente. Su atractivo es su presencia. Su salud, el baño de multitudes. Pero cuando regresa al Castillo le espera un cúmulo de problemas, algunos nuevos, otros aplazados, algunos heredados, otros de su propia hechura. ¿Por dónde empezar? Qué lata: abandonar el aplauso de la plaza y caer en la soledad del gabinete. El gabinete. Hay que escoger bien. Hay que coordinar mejor. El emperador no sabe cómo. ¿Para qué coordinar, si todo marcha tan bien? ¿No es mejor, prueba de democracia, dejar que los funcionarios del reino gocen de iniciativa propia, jalen cada uno por su lado, se metan zancadillas o se dediquen a preparar sus propias campañas sucesorias?

¿Cómo? ¿Que antes no era así? ¿Que los emperadores de las Siete Décadas Anteriores...

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