El campo del dolor

AutorMaría Luisa Medellín

Fotos: Juan Antonio Sosa

Las vías del tren delimitan la frontera hacia este campo del dolor, un ejido reseco como cuero viejo, ceñido por formaciones rocosas semejantes en sus crestas a la espina dorsal de una bestia; de ahí su nombre.

Por estos días, Espinazo, tierra del Niño Fidencio, hogar de apenas 100 familias, rincón olvidado de la geografía nuevoleonesa, arrastra en sus calles caudales de fe.

Son marchas caóticas, piadosas e interminables en busca de una cura para sus males, seguros del milagro que José Fidencio Síntora Constantino, en el cuerpo de sus seguidores espirituales o "materia", puede dispensarles.

Qué importa si para eso hay que rodar por el suelo, dejarse untar pomadas herbales, bañarse en loción de azahares o zambullirse en una pileta llena de lodo, que a los ojos racionales parecería más insalubre que benéfica.

Cada octubre, mes de la muerte y del nacimiento espiritual de Fidencio, cuando cayó en éxtasis y se proclamó destinatario del mensaje divino para aliviar a los necesitados, surge en este poblado de Mina la estampa del ritual primitivo y de religiosidad desbordada.

A 90 minutos de la metrópoli, en torno a un pirul, donde aseguran que el personaje operaba con vidrios y sanaba a los mudos aventándolos de los columpios, unos curan mientras bailan polkas con los enfermos; otros, exhalando sobre sus cabezas el humo del cigarrillo, pero todos emitiendo una voz infantil, característica del Niño.

La tradición oral ha hecho perdurar la historia de que en vida curó a Plutarco Elías Calles, quien padecía de una enfermedad que le producía escamas en la...

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