Mi amigo Toledo
Autor | Mau Ricio Fernández |
¿Cómo lo conocí? Por obra y gracia del Espíritu Santo.
No me acuerdo si fue 1977 o 1978. Francisco Toledo en ese tiempo era el pelado más huraño que te puedas imaginar.
Él estaba en Nueva York trabajando con la galería Martha Jackson y un día estaban despidiendo al "Guernica", de Picasso, del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
Subí a ver la obra y cuando bajé, él estaba en la librería. Me acerqué y le dije: "tú eres Francisco, ¿verdad?". Me dijo que sí, pero como espantado. Estaba esperando a que sus hijos salieran del cine. Su hijo, Jerónimo López, el Doctor Lakra, tenía 6 años.
Desde entonces nos empezamos a escribir y hablar. Me escribía, me pintaba cosas en las cartas, me las decoraba. Son obras de arte.
Tengo una carta de 1978 donde empezamos con un proyecto de escultura urbana. Fue "El Pochote". En la carta me lo manda dibujado. Él quería que dentro de la obra anidaran pájaros. Le decía: "Si la pieza es de 17 metros, esos agujeros son de un metro, aquí no tenemos aves de ese tamaño".
Luego me jugó rudo. Un día en su taller, su grabador Mario Reyes tenía toda la carpeta de grabados realizada en mezzotinta. Fuimos a comer en la Ciudad de México y yo llegué con toda esta carpeta.
- Me la quiero quedar, le dije. Nos íbamos a echar un volado: si ganaba, hacía la escultura y me regalaba todo ese paquete.
"El volado no va", me dijo, "te regalo todo ese mugrero que quieres, pero la escultura no la voy a hacer. La única forma en que la haría es que me firmes que si no me gusta, la derrumbo".
- ¡Tas loco!, le contesté. Le comenté que pensaba buscar a un patrocinador que costeara una millonada para la obra y luego resulta que me podía pedir que la tumbara. Años después le dije cocoreando: "La hubiera hecho". Nuestra amistad rebasaba cualquier diablura.
Cada vez que yo iba a la Ciudad de México, en los 80, y visitaba en su casa a Rufino y Olga Tamayo, ellos invitaban a Toledo. Sabía que era muy amigo mío. Comíamos los cuatro en su casa.
Si llegaba alguien a la casa de los Tamayo, quien fuera, Toledo se levantaba de la mesa y se iba al jardín hasta que se retiraba. Era tremendamente huidizo.
Toledo y yo teníamos una comunicación muy diferente. Discutíamos y de cuanta cosa te puedas imaginar. Hablaba como perico. Aprendí de sus técnicas, de su trabajo.
El parteaguas fue cuando hicimos la inauguración del Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca (1992). Yo era presidente del patronato que apoyaba al museo.
Estuvimos tres días comiendo y cenando, con...
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