Alejandra Rangel / Monolitos de esclavitud

AutorAlejandra Rangel

Las viviendas recientemente entregadas a familias damnificadas por el huracán "Alex" muestran una ausencia de planificación territorial y un uso inhumano de los espacios.

Analizado desde la perspectiva de la calidad de vida de las personas, y no bajo los parámetros calculadores y mecánicos que imperan en la actualidad, el diseño de las minicasas representa una falta de respeto y desconocimiento o cinismo en cuanto a la concepción de las formas de habitar en el mundo.

Considerar que 37 metros cuadrados de construcción puedan ayudar a las familias a "vivir mejor" porque ahora contarán con servicios de los que antes prescindían es totalmente falso. Habría que tomar en cuenta no sólo servicios, sino dignidad. Defender el que ahora tendrán un cuarto de cemento sin tomar en cuenta que las paredes son aprisionadas por el calor infernal o el frío congelante que caracteriza a la Ciudad, es no tener un mínimo de sensibilidad social y de empatía hacia las comunidades, es no entender que ésta es la mejor forma de destruir a la ciudadanía y el tejido social de la convivencia humana.

Sin embargo, nada de esto parece importar. No se comprende que la organización de conjuntos habitacionales responde a un proceso social que no debe mezclarse con intereses políticos y económicos, que se trata de establecer las relaciones entre los habitantes y los espacios, de brindar bienestar y desarrollo humano, algo imposible en medio de las construcciones que a manera de colmenas lucen como pequeñas células amontonadas una sobre la otra. Ahí no hay lugar para albergar la intimidad, establecer la morada bálsamo que proteja de las agresiones del afuera, del ruido, la contaminación y la violencia, porque el espacio ha sido vulnerado y de suyo es violento.

Tanto los funcionarios que aceptan esos proyectos como los desarrolladores deben tener presente las formas de habitar de los grupos sociales, consultar las investigaciones que demuestran cómo estos conglomerados de viviendas se convierten en focos de agresión para los adolescentes que si bien iniciaron en esos espacios sus años infantiles, ahora les resultan asfixiantes: de pared a pared pueden escuchar al vecino, molestarse por el volumen de la música que invade a todos por igual, celos y riñas entre familiares y pandillas.

La violencia es multifactorial y responde a los niveles que tiene una comunidad para influir y transformar el ambiente, esta habilidad permite conocer el control y la capacidad de crear una atmósfera...

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