Agustín Basave Benítez/ Élites, masas y valores

AutorAgustín Basave Benítez

Las élites son el espejo en el que se desvanecen las frustraciones de las masas. Habitan el mundo donde se alcanza lo inalcanzable, donde se realizan sueños y pesadillas, ambiciones de grandeza y anhelos inconfesables, amores imposibles y deseos reprimidos. Mantienen una relación circular de causa y efecto con su entorno, del que provienen sus insumos originarios y al que retroalimentan. Reflejan luces y sombras y, al rebotarlas, las magnifican. Por eso puede hablarse de desproporciones, de distorsiones, pero no de una disociación entre élite y masa. Entre ellas prevalece siempre un vínculo de largo aliento: una no puede ser por mucho tiempo lo que la otra no quiere que sea.

En México el vértice del poder tuvo hasta hace poco una base más sedentaria. La movilidad social fue suficientemente pequeña para nutrir el discurso de la generación espontánea de la élite gobernante, de su desvinculación de la masa y de su concomitante monopolio de la corrupción. No extraña, en semejantes circunstancias, que durante décadas el tema de la cultura política fuera tabú: reconocer en el pueblo una propensión a la deshonestidad que venía de lejos era tanto como admitir un atenuante en la culpabilidad de "la familia revolucionaria". Por si fuera poco, el argumento era y es asaz impopular. ¿Quién se atrevería a declarar que no sólo los representantes sino también sus representados son corruptos?

No se trata de diluir responsabilidades. Evidentemente, la ejemplaridad del liderazgo lleva la batuta en la difusión de paradigmas y en su encauzamiento. Si hay un primer responsable de contrarrestar la predisposición a la corrupción es quien ejerce la autoridad. Pero por fortuna el estrechamiento de los lazos de representatividad que ha provocado nuestra transición democrática ha hecho más difícil escindir la percepción de la sociedad de la del Estado y, en consecuencia, más fácil aceptar que es posible saber algo de una observando al otro y viceversa. Y si bien hay todavía, por supuesto, distancia y vacíos de por medio, ya no se insiste en ver el abismo insondable que una y otra vez se pregonó.

Si este planteamiento es válido, podemos entender la evolución social evaluando la de la clase política. Antes, por ejemplo, en la escala axiológica del sistema los valores de la valentía, la lealtad y la eficacia eran preeminentes, mientras que los de la honradez y la sinceridad ocupaban los últimos lugares. Ahora estos dos últimos han subido varios escalones y se han...

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