Quinceañera

AutorMaría Luisa Medellín

El gozo con el que tanto esperó su fiesta de 15 años ya no era el mismo. Sin embargo, Diana se sobrepuso y decidió que el festejo debía realizarse.

Así fue. El sábado 22 de enero celebró su paso a la edad de las ilusiones, aunque tan sólo tres días antes, un cuarteto de jóvenes maliciosos, las hubiera resquebrajado.

Estuvo a punto de cancelar el evento. Se sentía deprimida, le daba vergüenza que alguien pudiera señalarla; no encontraba motivo para festejar.

Además, temía posibles represalias tras denunciar lo que en principio se consideró una infracción equiparable a violación en su modalidad de pandillerismo y, al integrarse los exámenes médicos, sicológicos y las declaraciones, cambió a tentativa de violación.

Los padres de Diana comprendieron sus razones, pero a la vez le infundieron el ánimo y la fuerza para dejar atrás ese amargo episodio.

"No era el aferrarnos a la fiesta porque ya habíamos gastado, sino que ella sintiera el apoyo de su familia... Fue triste lo que le sucedió, pero su vida apenas empieza y no sería justo que se amargara por eso", narra Sofía, la mamá de Diana, una mujer de temple, pese a su aspecto frágil: de baja estatura, cabello rojizo y apenas un hilo de voz.

Pero éste no es un caso aislado, en el Consejo Estatal de Menores se atendió un promedio de 7 delitos sexuales entre niños o jóvenes por mes, durante el 2004, dando un total de 88.

Y el agresor, de género femenino o masculino, casi siempre fue alguien conocido, con lazos de hermandad, vecindad o compañerismo.

De acuerdo a las declaraciones de los involucrados en la historia, ante la delegada del Consejo Estatal de Menores, Susana Gallegos de la Garza, ésta comienza con una llamada telefónica. Eran las tres de la tarde, del 19 de enero.

Josué le preguntó a Diana si lo iba a invitar a su quinceaños.

Ella respondió que sí, que iba a ensayar al salón de fiestas y de pasada le dejaría su invitación, que estuviera afuera de su casa, que en media hora llegaba.

Estos jóvenes habitan al poniente de la Ciudad. Ella cursa el tercero de secundaria, en una colonia que poco a poco se ha ido adueñando de la pared del Cerro del Topo Chico. El, el segundo grado, en otra, justo abajo de esa zona. En ambas colonias, los muros de graffiti y las casas de block sin pintar o a medio construir, son un paisaje habitual.

A Diana la acompañaron sus amigas y vecinas, Esthela y Carmen, pero justo al llegar con Josué, quien estaba parado afuera de un domicilio a tres casas del suyo, se retiraron a entregar un CD a la maestra de danza, ya que la secundaria, donde asisten al tercer año, está a cuadras del lugar.

"Llegué, le di la invitación (a Josué) y me dijo: 'ven, no seas cu...', y le dije: ya me voy al salón. Me jaló del brazo, me pasó para las escaleras. Me agarró de la espalda. Me iba puchando para arriba. Me metió al cuarto, le cerró, le puso seguro y puso una película pornográfica", declara Diana, morena, delgada, alta, de cabello oscuro y lacio, a la espalda.

Afirma que trató de escapar, pero él se lo impidió, la despojó de su ropa y la aventó a la cama. Él se quitó pantalón y camisa y comenzó a...

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