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Vida en Común / Sobre la mística oriental

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AutorLuis Eduardo Villarreal Ríos

Místico católico y fraile de una de las órdenes monásticas más estrictas, la de los cistercienses, Thomas Merton vivió en la abadía de Getsemaní, en Kentucky. De ahí salió sólo unas cuantas veces al exterior, antes de su expedición a una conferencia de monjes en Asia.

A raíz de ese contacto, Merton profundizó en las grandes religiones asiáticas como el taoísmo y el budismo, constató además la convergencia entre las disciplinas orientales que llevaban a la contemplación y la mística de sus compañeros de monasterio.

Las luces que nacen del encuentro entre diversas tradiciones espirituales del mundo están ahora a la mano no sólo de avanzados, sino de cualquier persona que pretenda iniciarse en los caminos de la meditación.

No se trata de hacer con lo oriental y lo occidental una mezcolanza sin pies ni cabeza. No somos orientales, somos occidentales; unos y otros somos, ante todo, seres humanos. El camino de la mística asiática, igual que el nuestro, tiene sabias lecciones qué aportarle a toda la humanidad.

Tanto el gozo perfecto del taoísmo, la captación intuitiva de la verdad en el zen, la unión transformante con el infinito en el hinduismo, el sufismo y todas las variantes del budismo son mediaciones válidas para una rica vida interior. Conocerlas, desde luego, no implica que yo haga una profesión de fe que me convierta en lo que no soy.

Asimismo, la mística cósmica de los aimaras y los quechúas, en Bolivia; el contacto sagrado con la tierra, de profunda vertiente ecológica, de los tojolabales en Chiapas, o los totonacos del norte de Puebla es algo que podemos incorporar a nuestra experiencia de oración. Así pues, Oriente y Occidente, como tradiciones espirituales ancestrales, tienen mucho qué enseñarle al hombre y la mujer modernos. Probar de ellas no nos quita nuestro ser de cristianos, así como el disfrutar de la comida china no nos convierte en chinos.

Al referir las máximas de Chuang-Tzu o Lao-tse, también...

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