Tocada por la leyenda

AutorRosa Linda González

A más de 50 años de distancia, las preguntas que más le hacen a María Eugenia Llamas son: ¿cómo era Pedro Infante?, ¿no tenía miedo de jugar con la tarántula y la víbora en la película "Los Tres Huastecos"?

"No me disgusta, creo que La Tucita y yo somos una y es algo que no voy a quitarme nunca". Esto, dice, tiene sus ventajas.

En su presente es madre, abuela y, desde hace tres años, viuda de Rómulo Lozano, su compañero por 30 años.

También se reintegró al escenario con la obra teatral "Se le metió el Espíritu", que está por concluir temporada y que contribuyó como terapia ocupacional tras la pérdida de su esposo.

Pequeña celebridad

Las 10 muñecas se alineaban sobre la cama: eran grandes, rubias, bonitas, caminaban, hablaban, pero sobre todo, eran todas para ella.

Por eso, para la pequeña de apenas siete años de edad la decisión de su madre fue terrible: "Escoge dos, porque las demás las vamos a regalar".

Hubo un berrinche tremendo, las muñecas se las habían regalado a ella.

"Mientras exista en México una niña que no tenga siquiera una muñeca, tú no tienes derecho a tener 10", fue la contundente respuesta de doña María Andresco Kuraitis, su madre.

María Eugenia recuerda la rabia que en aquel momento le causó la decisión de su mamá, pero concede que la actitud de sus padres evitó que su fama de pequeña la desequilibrara.

Regia por decisión

María Eugenia tiene una voz musical, será porque siempre habla sonriendo.

Nació en el DF, pero tiene características regias: es franca, trabajadora y activa, aunque a las citas para las entrevistas y fotos llegó un poco tarde.

Habla mucho, tanto como sonríe, nadie creería que se define como maniaco depresiva.

"Sí soy depresiva, pero es difícil ser de otra manera cuando tienes conciencia del mundo en el que vives", señala antes de dar un sorbo al café.

Apenas despuntaban los 60 cuando llegó con su entonces esposo a Monterrey: era una precoz ama de casa de 16 años que pronto sería mamá de Luz María, su primera hija.

"Duramos poco casados y nos divorciamos. Decidí quedarme en Monterrey, en parte porque como me casé contra la voluntad de mis padres, no quería regresar a México y que me dijeran 'te lo dije'", explica sin querer recordar más.

En una de sus primeras salidas conoció de lejos a quien sería su esposo.

Le habían hablado mucho del menudo y una vez, a la salida del teatro, fue con una comadre al Restaurante AL.

"Hablábamos de que no me volvería a casar cuando entró Rómulo: entonces dije, sólo me...

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