Jesús Silva-Herzog Márquez / Fiestas prematuras

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

El Gobierno ha festejado el caudal de sus reformas. Lo hace aquí y afuera, acompañado de un número importante de publicistas y partidarios intelectuales. Se entienden los motivos de la celebración.

Después de mucho hablar de los cambios indispensables que la animosidad política bloqueó, el Gobierno logró conducir cambios en áreas decisivas. Educación, telecomunicaciones, energía, tres zonas vedadas al acuerdo durante décadas, estrenan código constitucional.

En estos ámbitos, el País inaugura una compleja y detallada regulación. Sería absurdo negar la magnitud de estos cambios que han modificado, en lo fundamental, el arreglo normativo que rige la actividad de los docentes, que estructura la competencia en telecomunicaciones y que redefine las claves para la producción de energía.

El elogio que el Gobierno se hace a sí mismo alaba la intención de los cambios y el trazo grueso de las reformas. Hemos logrado cambiar las reglas con el objetivo de mejorar la calidad de la educación, para alentar la competencia, queriendo atraer la inversión. Se festeja, sobre todo, que se haya podido superar la congestión de los partidos y que se hayan ensamblado las coaliciones suficientes para modificar las normas constitucionales.

Se nos dice que estos cambios son producto de un maduro consenso público que la tacañería política había bloqueado durante décadas. Gracias a estas reformas tendremos maestros mejor preparados, romperemos la concentración en los medios, recibiremos abundantísimos recursos del exterior. Festejo de los deseos proclamados.

El festejo triunfalista recoge los viejos listones del 94 y canta las mismas canciones. La música es vieja y la comida se sirve fría. Las pancartas son usadas: dicen que ahora sí hay proyecto y que ahora sí hay estrategia. El Primer Mundo, otra vez, a la vuelta de la esquina. Los invitados de fuera se unen al coro de las celebraciones: el país vuelve a estar de moda.

Deshechos los nudos de la obstinación conservadora, el reformismo se celebra. La violencia vuelve a ser el colado inoportuno del festejo; el impertinente que grita mientras todos bailan. La violencia en Michoacán, dijo el Presidente Peña Nieto en Davos, empaña nuestros logros. Una mosca en el pastel. Ésa es la única manera de entender la devastación del orden público en un Estado de la República cuando el ánimo gubernamental es autocelebratorio.

Algo podríamos aprender de aquella fiesta que tan mal terminó. Advertir, por ejemplo, que fiesta que se...

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