Con la sazón de la tradición

AutorMaría Luisa Medellín

Con su sencilla fachada de azulejos claros, entre ferreterías, hierberías y tiendas de conveniencia, podría confundirse con un negocio más, pero basta acercarse para que los ricos olores del orégano, laurel, ajo y chile cascabel atrapen el olfato y obliguen a entrar.

Al alzar la vista, puede leerse: Taquería La Rosa Náutica, y ya en el interior es típico el casi gritado "¿qué le doy, amigo?" con el que alguno de los hermanos Sepúlveda -sus propietarios- recibe a la clientela tras la barra y la caja registradora.

El antojo crece a medida que los diestros meseros sacan los tacos bien surtidos de los botes de aluminio y los voltean sobre el plato: hay de chicharrón, morcón, deshebrada, nopalitos, frijol y papa con huevo, todos guisados con manteca de puerco y en tortillas de maíz calientitas, hechas ahí mismo.

Ya con la orden servida y humeante, hay que sumarse a la legión de quienes saborean despacio, tras bañar los tacos con una arrebatadora salsa de chile cambray, cilantro y trozos de cebolla.

Esta taquería es un espacio democrático. Casi codo a codo se puede ver a empresarios, artistas, políticos y gente de lo más sencilla. Por algo será que desde hace 54 años más de medio Monterrey ha estado aquí alguna vez.

A quien el nombre de La Rosa Náutica le parezca extraño para una taquería, debe saber que hay una razón para llamarla así.

A finales de los 50, cuando era apenas un puesto junto a un camellón, cerca del Mercado Juárez, había días en que tras una lluvia furiosa, la corriente corría por algunas calles.

En una de esas ocasiones, Rosa, la hija mayor de Simón Sepúlveda y Lourdes García, dueños de la taquería conocida en ese tiempo como El Panalito -porque atraía mucha clientela-, despachaba los tacos de pie, tras la barra, y con el agua casi a las rodillas.

Entonces, un cliente que vio a la jovencita desde la banqueta le dijo a Gilberto, otro de los nueve hijos del matrimonio, que andaba por ahí recogiendo platos: "Tu hermana es una rosa náutica".

"Estábamos chiquillos. Yo tendría 10 años y comenzamos a bromear con ella", cuenta Gilberto, hoy de 64. "Le empezamos a decir: rosa náutica y rosa náutica, y mi papá decidió que ése sería el nuevo nombre de la taquería".

Las primeras páginas de La Rosa Náutica se escribieron a mediados de 1957.

Gilberto cuenta que sus padres, quienes ya fallecieron, se mudaron de Montemorelos a Monterrey, con la familia, para probar suerte. Los hijos eran pequeños y sólo el último, Juan Enrique, nació a meses de...

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