Santiago Roel R./ Un México sin rumbo

AutorSantiago Roel R.

Hace 25 años, España se propuso una visión de futuro: convertirse es un país europeo. ¿Qué implicaba esa visión? Ser un país democrático. Tener una economía y un nivel de vida a la altura de las economías europeas. Poder mantener ese crecimiento desde el punto de vista económico, social, humano y ecológico.

También implicaba un reconocimiento a sus deficiencias de sistema, su atraso económico, social, educativo y político. El dolor de ser un país que no había logrado la modernidad, que exportaba mano de obra a Alemania y Suiza. Un país de curiosidad turística pero de atraso institucional, un país que había dependido de la mano férrea de un dictador que no daba espacio para el crecimiento social y cuyo modelo decrépito recordaba los últimos días del propio Generalísimo. Un país de privilegios para el clero, los militares y los ricos.

La España de los 70 era una España que se lamentaba de sus fracasos, que insistía en echarse sal sobre sus heridas históricas. Una España dividida y regionalista con radicalismos que llegaban al terrorismo, una España triste y sin futuro y muy gustosa a utilizar la vehemencia de su carácter en discusiones estériles.

Pero los españoles o sus líderes se plantearon una visión de futuro que en aquel entonces parecía utópica y que adicionalmente carecía de las estrategias para poder alcanzarla. Qué difícil pensar en el éxito cuando no se tiene.

Hoy, España es un país europeo, y si aún no llega a los niveles de Gran Bretaña, Francia o Alemania, bien puede sentarse en la mesa y hablarles al tú por tú sobre los diferentes temas de la agenda europea. Podríamos hacer una retahíla de sus éxitos, pero ése no es el punto. El punto es la fuerza que España encontró en su visión de futuro sencilla, clara y contundente.

España dejó de mirar los errores del pasado y las dificultades del presente para lanzarse hacia el futuro. La visión era fuerte, porque era honesta. Y si bien es cierto que aún le quedan retos importantes en su desarrollo como país, quien haya conocido a la vieja España y visite a la nueva no dejará de admirarse.

En México, a pesar de nuestros avances democráticos y nuestras sociedades comerciales, seguimos siendo un país sin visión de futuro. No sabemos qué queremos ser. Seguimos perdidos en lamentarnos sobre los errores del pasado y los graves problemas del presente. Nuestra identidad se ubica más en las leyendas históricas que en el futuro. Y eso es tan poco eficiente como poner al buey detrás de la carreta...

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